Mallorca está en permanente exposición en el tenderete del mercado voraz con fines no siempre recomendables. Y si se despista o escapa en algún momento de él, a los inversores y socios del negocio fácil les sobran artimañas para volver a poner a esta isla exprimida en el escaparate en el que todo tiene su precio.
Con el catálogo de las possessions y los grandes casals bastante agotado, ahora llega el momento de los símbolos, de los medios o infraestructuras que hacen que el hecho diferencial de esta isla no quede definido solo por un paisaje irrepetible que, eso sí, no tiene precio pero es adulterable.
Un grupo inversor de participación divulgada solo de forma parcial hace una tentadora oferta para comprar el tren de Sóller y mete prisa en cerrar la operación. Pero solo lo hará en el caso de que consiga adueñarse de la mitad del accionariado.
Conviene dejar las urgencias en el andén porque, de lo contrario, la maniobra tiene muchos más visos de descarrilar que si se mueve en su ya de por si dificultad natural, vistas sus complejidades intrínsecas. El Ferrocarril de Sóller no se puede vender de un día para otro. Son 172.000 acciones repartidas entre 800 propietarios y con restricciones sobre su transmisión.
De consolidarse la compra, la operación comportará el cambio de titularidad no solo de un mero transporte público, sino también de un signo de identidad para toda Mallorca, de un valor histórico plenamente vigente y de un modo de entender la vida y la economía en toda la Vall de Sóller. Hay cosas que no pueden valorarse solo en dinero o con acciones, por muy voraz que sea el mercado y por muy privada y repartida que esté la propiedad del tren de Sóller.
Por tanto, nos convendría saber con mayor precisión quién está detrás de Goros Investments y cuáles son sus verdaderas intenciones más allá del genérico de modernización que han anunciado. Los revisores de la operación deberán tenerlo en cuenta.
