Desde los mismos albores del turismo en Mallorca, Pollença mantiene la imagen de una oferta y unos comportamientos basados en la exquisitez, la calidad y algo parecido al glamour cosmopolita, en versión muy local, alimentado en su mayor parte por el legado de los artistas que han recalado en su bahía.
Esta es la imagen, la postal que todos hemos asumido. Convendrá, sin embargo, actualizarla para que no se descolore y sobre todo, no lleve a engaño y cause males mayores.
Hechos como los que se cuentan en esta misma página no ayudan a salvar la buena imagen de Pollença ni la confianza en sus servicios públicos.
Resulta incomprensible, difícil de justificar, que el municipio lleve dos años con el contrato de socorrista caducado y que mientras mantenga a flote la situación con el pago de unas facturas por servicios prestados que al ser abonadas deben soportar el anexo de un informe de intervención advirtiendo de la ilegalidad del proceso.
Es el alto riesgo de los confiados. Menos mal que, de momento, la cosa no ha acabado en el oleaje que hace naufragar la improvisación. Pero puede hacerlo en cualquier momento. El caso de Cala Molins es especialmente patético. Una sombra improvisada, sin torre para el vigilante y a la espera de que el hotel haga de verdadero socorrista de la situación proporcionando una altura para obtener un mejor ángulo de visión.
El alcalde Cifre ha recibido una mala herencia a la que, en función de su mismo cargo, no puede renunciar ahora.
No le queda más remedio que aceptarla y ponerle balizas de buena gestión para reconducirla conforme a la legalidad. Es decir, convocar un nuevo concurso de socorristas, seguir pagando a conciencia facturas ilegales, exigir la calidad de un trabajo que todos saben temporal y suplicar a las olas que no se ceben sobre la improvisación la dejadez humana. Lo decimos porque, si pasa algo, si ocurre algún accidente o desgracia, entonces el mal y sus efectos pueden ser mayores.
