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La calidad se saborea en casa

El consumidor mallorquín es conservador por naturaleza, apenas se deja tentar por modas culinarias pasajeras. Está apegado a los productos de la tierra y sabe rentabilizar sus cualidades y recursos. Por eso mismo, mantiene unos hábitos de compra que apenas varian en lo sustancial.

No debe extrañar, por tanto, que la sabrosa patata mallorquina no admita competencia ni rival a la hora de llenar la cesta de la compra. Un estudio del Govern revela que un 65% de los consumidores la prefieren sobre cualquier otra variedad o procedencia. Lo bueno y conocido ofrece siempre mejores garantías que lo desconocido por foráneo o exótico. Una cosa es satisfacer la curiosidad, la aventura gastronómica y otra asegurarse el sustento doméstico sabroso y de referencia.

La preferencia por la patata de Balears se ha incrementado del orden del 22% en tan solo dos años. El hecho de que las grandes superficies se hayan decantado por el producto local tiene bastante que ver con este aumento. El consumidor tiene más sitios para proveerse.

Sin embargo, en el mundo de la hostelería y la restauración sigue imperando el gélido ambiente de la patata congelada y precocinada. Esa es otra historia. Sabido es que, en términos generales, en el insaciable negocio turístico reina el criterio de la rápido, fácil y barato, aunque sea al precio de devaluar la etiqueta de calidad de la industria del ocio. Esta es la causa por la cual los hoteleros pasan de largo ante la agricultura mallorquina cuya producción sí consumen el casa.

Congeniar turismo con agricultura mallorquina sigue siendo la gran asignatura pendiente. No basta con que los hoteleros implanten ahora la moda de invertir sus beneficios en explotaciones vitivinícolas.

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