En tiempos electorales, los cazadores suelen ser pieza apetecida para los políticos. Se ha vuelto a ver en la sucesión de comicios de esta primavera. Basta mirar los actos de campaña y la identidad de algunos candidatos para comprobarlo. Sin embargo, el fenómeno presenta algunas variaciones con respecto a convocatorias precedentes.
Parece que los cazadores se han cansado de permanecer en el punto de mira y han decidido instalar su propio cebo a unos políticos que deben ser presa de la necesidad y la voluntad popular, antes que acomodados usuarios de la cinegética institucional. Las asociaciones de caza no deportiva sacan un manifiesto que viene a ser perdigones a discreción sobre todas las candidaturas. Con ellos pretenden no errar puntería en las reivindicaciones sobre el mantenimiento de tradiciones, el uso social de la caza y la siempre frágil sostenibilidad de la actividad. También tienden redes encaminadas a capturar descuentos, bonificaciones y protección legal semejante a otras artes y funciones de la caza. Se aprecia también algún disparo desviado, como ese de no establecer excepciones en zonas protegidas.