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50 años del Principal de Manacor

Con 2.800 butacas y 26 palcos divididos en tres pisos, fue durante décadas el palacio del ocio para todo un municipio

El 7 de junio de 1969 fue la última vez en que unos actores se movieron sobre las tablas del Teatre Principal de Manacor. El tio Pep sen va a Muro (de Sebastià Rubí y Antoni Maria Servera) resultó ser la obra postrera de un edificio emblemático, de una historia que, avaricias de la nueva economía turística mediante, llegó a su fin hace ahora 50 años para transformarse en un mamotreto de cemento que todavía sirve para aparcar coches.

Fue un acto muy emotivo, un funeral en el que todo un pueblo despidió a un fallecido por especulación que mereció más vida, algo más de fortuna cultural y la protección patrimonial por parte del Ayuntamiento, en aquellos momentos comandado por Jordi Servera. Lamentablemente ya hace más tiempo que fue borrado del mapa que los 47 años que permaneció en pie.

Las primeras noticias del enfermo llegaron ya en enero de 1969, cuando en la prensa local empezaron a filtrarse comentarios y rumores sobre el futuro negro del Principal. Se especulaba con que se tiraría abajo, y que en su lugar se levantaría un lujoso parking contemporáneo con un cine en una de sus plantas. Pero el proyecto de nuevos ricos era una encerrona.

Quince días después de los primeros indicios, se confirmaba oficialmente la noticia: El aparcamiento privado iba a ser una realidad de la que gozaría todo el centro pudiente sí, pero no acogería nada de cultura, solo humo y rampas de hormigón. En los sesenta eso era el futuro.

El nacimiento

La historia amable del Teatre Principal de Manacor se remonta a 1921, cuando dos empresarios -uno de Petra, Gabriel Mora y otro de Manacor, Pep Forteza- decidieron unir esfuerzos económicos y comprar el casal de Can Bosch, situado en la calle Amistat, por 2.710 pesetas. Las obras, con un presupuesto de 130.000 pesetas más y con el jefe Miquel Mestre al frente de un equipo de ocho obreros, no se demoraron mucho.

El sábado 23 de diciembre de 1922 se produce el gran evento social. El flamante y nuevo gran teatro local abre sus puertas con 2.800 butacas llenas para asistir a la zarzuela El anillo de hierro. Su aspecto era espectacular, con un total de 26 palcos divididos en tres pisos y un techo en el que sobresalía una gran estrella de ocho puntas iluminada por 85 bombillas. En un tiempo en que los referentes teatrales eran el Varietats y el Femenies, el Principal hizo honor a su nombre y brilló con luz propia.

Durante muchos años no hubo compañía estatal que no quisiera actuar en él; las mejores zarzuelas y obras de teatro se mezclaban con el cine americano. El 16 de febrero de 1935 se estrenaba la que tal vez sea la zarzuela mallorquina más destacada: Ai Quaquín, que has vengut de prim!. El 9 de abril de 1943 se proyectó Raza, la película-apología del régimen franquista dirigida por José Luis Sáenz de Heredia y con guión del propio dictador. Y en 1946 se exhibió Gilda, un éxito pese a la campaña en contra de Acción Católica que llegó a presionar a los empresarios.

Pero en un Manacor en cuya costa florecían los hoteles y en cuyo centro se construían hasta siete fincas de una decena de plantas, había que dejar espacio al coche. Las Perlas del Palau empezaban a atraer a turistas y las minifaldas ya no era extrañas en sa Bassa. Cuando lo moderno ya no fue un barítono de tablas sino el grupo de hotel, las luces se apagaron sin mucho estruendo.

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