Inversiones y proyectos de alta gama inmobiliaria en la costa de Palma y el Ponent, aprecio por las oportunidades de expansión que surgen en el sudeste de la isla, agroturismos en cualquier parte de fora vila y ya hoteles urbanos y de interior en todos los pueblos de Mallorca sin excepción. Palma tiene su boom particular y para acabar de adornarlo, salimos con buena imagen y titular de fenómeno extraordinario en The New York Times . ¿Se puede pedir más? No, en modo alguno, porque para limar obstáculos y asperezas, como ya han detectado las agencias inmobiliarias internacionales, está en marcha la autovía Llucmajor-Campos.
A la costa de Ponent ya le llaman El Dorado, en una versión moderna y actualizada. Buen nombre para un lugar en el que el metro cuadrado se paga a diez mil euros y sobre todo porque su brillo es tal que deslumbra hasta el punto de cegar el horizonte impidiendo adquirir la perspectiva necesaria para ver la realidad de las cosas y ponderar el equilibrio. Este deslumbre es colapso abonado para que incluso se sumerjan en él intentos de altercado ecológico en la misma Serra de Alfàbia.
Esta claro que El Dorado y todos sus incontables derivados de dimensión diversa es opulencia, tranquilidad y hasta, si se quiere, seguridad para hoy, pero en modo alguno ofrece la dieta del mañana. Sacando lustre a una expansión turística de proporciones continentales en un territorio insular, hemos cepillado otras industrias esenciales del ecosistema económico de Mallorca. Es una estrategia de alto riesgo y sin garantía de estabilidad futura.
Lo que está pasando en el Ponent, el Migjorn, el casco antiguo de Palma y el Pla de Mallorca es también la evidencia de, una de dos, o bien vamos notablemente atrasados con los tiempos y las necesidades medioambientales de esta isla o bien hemos errado el camino de la diversificación de los servicios y los sectores productivos. Lo dicho, El Dorado. No se podía haber dado con mejor nombre para etiquetar el deslumbramiento colectivo que nos afecta a todos.
