La escena es real y permanente, niños de muy corta edad absortos por completo ante la pantalla del móvil y ajenos a todo lo que les pueda rodear, sean sus padres, un objeto curioso o el jugueteo de un pájaro que, no hace tanto tiempo, hubiera sido motivo de su asombro. Con un teléfono o una tablet en mano, la quietud y complacencia del niño está asegurada pero, de ser reincidente por este método, puede tener graves secuelas irreversibles. El móvil es un aliado útil para domesticar a los vástagos, pero su abuso y hasta su uso en la edad más tierna, se puede volver traidor por lo que respecta a la educación y la madurez del niño. No hay mala intención de los padres, es falta de conciencia o desesperación ante la hiperactividad o la influencia exterior que reciben sus hijos. Con todo, hay que afrontar el fenómeno en su justa dimensión y reaccionar.
Siempre se ha dicho que los primeros años de vida son fundamentales en la educación y la consolidación de la personalidad. Era importante determinar el influjo de las pantallas en esta etapa. Una tesis doctoral de la neuropediatra Montse Pons ha confirmado cuanto se sospechaba, la excesiva exposición al móvil y demás pantallas crea niños con déficit de atención, retraso en el lenguaje y las funciones ejecutivas, pudiendo llegar al autismo en casos extremos.
Hay que saludar con satisfacción por tanto la iniciativa del ayuntamiento y otros organismos y entidades de Manacor para alejar a los niños de cero a tres años de las pantallas en todas sus formas y dimensiones. Ya tendrán tiempo de estar enchufados a ellas cuando sean adolescentes y adultos.
Se trata de incentivar la oportunidad de descubrir y disfrutar de la vida en vivo y en directo, tal como es y se presenta, no en la forma en que la animan los dibujos de las pantallas multiformes. Pese a los grandes avances técnicos, no hay nada equiparable a la vida real. La técnica puede ser un complemento, no una dependencia.
