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Reflejo y avatares del expansionismo

Pocos lugares pueden reflejar lo ocurrido en Mallorca durante las últimas seis décadas como la fábrica de cementos de Lloseta. Contemplada desde la proporción de la isla, es una macroinstalación que ha generado el grueso de su actividad coincidiendo con el núcleo duro del boom turístico. Ambas cosas, la fábrica de cementos y el expansionismo del negocio del ocio, resultan inseparables. Se vuelve obligado recordarlo ahora que el complejo llosetí está abocado al cierre y el turismo sobrepasa topes y se ve forzado a plantearse límites.

La degradación del complejo de Cemex a mera estación de transferencia y distribución de cementos invita al balance. Medio siglo largo de actividad arroja el resultado ambivalente del potencial económico desplegado y de una producción excesiva que mantiene su propio historial de queja y contaminación. Ha faltado el equilibrio en este sentido como también se ha notado a faltar en la diversidad industrial de una comarca que ahora, con la decisión de la multinacional cementera, ve más reducido y cerrado el circulo de su potencial laboral.

Las expectativas frustradas en Biniamar y las consumadas en Lloseta concluyen su último ciclo. Una gran chimenea ha influido y pesado más que el conjunto de los campanarios próximos. También ha provocado mayor irritación y sumado más sanciones y controversias, especialmente desde la última década de los setenta.

Precisamente el coste de la reconversión para adaptarse a la normativa europea sobre la emisión de gases a la atmósfera, que entrará en vigor en 2020, es el argumento esgrimido por la propiedad para cortar la producción de la antigua Porland de Mallorca. La decisión obliga a modificar comportamientos y a abrir nuevas perspectivas que serán más sólidas si se encaran desde los antecedentes, buenos y malos, que aporta la gran cementera.

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