En términos sanitarios, saber de la proximidad de los recursos asistenciales, tanto por si se produce un caso de necesidad o para atender cuestiones ordinarias, genera confianza y seguridad. Es el primer paso para una posible sanación. Este planteamiento sigue considerándose válido en la Mallorca metropolitana. Por eso cuando falla el médico aparece la sintomatología social del malestar y la protesta.
Ya no hay verano sin dificultades de asistencia sanitaria en esta isla saturada. La población se dispara en una época en que también se incrementa la movilidad laboral y las vacaciones de los profesionales. Difícil ecuación. El alcalde de Capdepera pide la dimisión de la consellera de Salud desesperado por la lentitud de la reforma del centro asistencial de Cala Rajada. Ni siquiera la afinidad socialista de ambos cargos sirve de ungüento para procurar el entendimiento y acelerar las obras.
Pero la precariedad de la asistencia sanitaria estival no es solo problema de las alegres zonas turística. Afecta también, con mayor infección de olvido, a pequeñas poblaciones del interior con mayoría de residentes jubilados y más propensos al achaque. En Mancor están que trinan porque llevan días sin médico. El titular está desplazado a otra Comunidad y los sustitutos no están enlazados por la continuidad. El Ayuntamiento ha asumido funciones del IB-Salut y se ha ocupado de vestir bien la Unidad Sanitaria sin que esto sea gancho suficiente para la estabilidad. Perdura la queja.
