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Lletra menuda

Secuelas de diversión egoísta

Es como si casi todo hubiera salido de madre o saltado de su contexto natural. En verano, Mallorca se vuelve un conglomerado de parcelas de ocio y negocio en el que cada uno se ocupa de su diversión o rentabilidad, sin importar los efectos del supuesto beneficio particular o la repercusión colectiva de unas actividades de privacidad y libertad discutibles.

La saturación no se circunscribe a la playa, la carretera o la fiesta pública y oficial. Entre agroturismos y actividades propias de fora vila se cuelan ya convocatorias de duración casi eternas con sonidos metálicos estridentes y secuelas de desesperación para vecinos residentes. Cada vez saltan más ejemplos. Ahora aflora el caso de las inmediaciones de la carretera entre Consell y Alaró a los que hay que sumar Biniali y Pla de Sant Jordi. No son los únicos. Las autoridades que se declaran impotentes para actuar son las mismas que en los programas de fiestas municipales camuflan botellones encubiertos rebajados como éxito momentáneo. Un ejemplo reciente: un carnaval d´estiu, el viernes pasado en Petra dejó el pueblo perdido de basura y orines. No es una excepción.

Ya que no pueden actuar en el ámbito privado, solo poner multas a quienes aparcan mal, dicen, por lo menos podrían incidir en la exigencia de civismo y responsabilidad. De todos modos, habrá que admitir que no toda la autoría del despropósito puede atribuirse a alcaldes y regidores, ni que el único problema esté en la competencia desleal a las salas de fiestas o en la agresión al mobiliario urbano y el medio natural.

La raíz del fenómeno, del mal si se quiere, se asienta sobre un afán de diversión desmesurada que en sus formas y contenido no alcanza más allá de la satisfacción propia momentánea y queda desinhibido de todo sentido de respeto a lo colectivo, plural o diverso.

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