El pasado sábado, María se iba a la cama. Acostumbrada a que la noche en su casa de la part forana sólo se vea alterada por el 'cri-cri' de los grillos, algún ladrido aislado y el gato que maúlla, le sorprendió un sonido perturbador y constante que procedía de una finca vecina: una música techno que no le dio tregua durante esa noche y la mañana y la tarde siguientes. Sobre las siete de la tarde del domingo, agudizando el oído, al fin respiró y dijo en voz alta, aliviada: "¡Por fin, ya no se escucha nada!".

Esta vecina vive en Consell, en el idílico entorno que rodea la carretera que lleva a Alaró, a las puertas de una Serra de Tramuntana que es patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Desde hace unas semanas, y coincidiendo con que la isla entra en ebullición turística, las fiestas se suceden -sobre todo los fines de semana- en una casa de la zona. Los coches entran y salen con regularidad, con la ayuda de un hombre que ejerce de portero. Y hay carpas de color blanco en su interior que sirven de refugio al duro sol matinal, mientras una música estruendosa sale de su interior.

After hours, free parties, fiestas techno, pool parties... En Mallorca, las fincas de fora vila de la isla no son sólo territorio para la agricultura, las fiestas tradicionales y la vida contemplativa. También son un territorio para el ocio festivo nocturno para espanto de los vecinos de los alrededores que, de pronto, experimentan en sus carnes los desvelos de los residentes de las zonas turísticas del litoral mallorquín, plagadas de pubs, discotecas y party boats.

Camí des Costé

Historias parecidas a la de la vecina de Consell las cuentan en otros puntos de la isla. Desde Biniali al Pla de Sant Jordi. "El otro día, estaba en las vaquerías de mi casa. Allí me encontré a tres jóvenes. Les pregunté qué hacían. ¡Parecían zombies! Y va y me preguntan: '¿Tú eres el de seguridad de la fiesta?", cuenta un vecino que sufre las fiestas que se montan en la zona entre el Camí des Costé, sa Casa Blanca y s'Aranjassa.

Los relatos vecinales hablan de largas filas de coches aparcados, que invaden en algunos casos tierras de cultivo. Hablan también de que no son simples fiestas improvisadas por un grupo de amigos, sino que constituyen otro claro ejemplo de economía sumergida. Las entradas y las consumiciones se cobran. Y los eventos se difunden por grupos de WhatsApp.

Estas fiestas, además, se suelen montar en casas alquiladas para este fin. "Nosotros conseguimos el teléfono de la propietaria de una finca donde se hacían fiestas. Le llamamos. Y, cuando le explicamos lo que sucedía en su propiedad, nos respondió, desentendiéndose: 'Ah, yo no tengo nada que ver. Son los inquilinos. Yo alquilo mi casa a través de una agencia", cuenta uno de los residentes que sufre el fenómeno de las discotecas de fora vila.

En muchos casos, la Policía se encuentra con las manos atadas para actuar contra estas fiestas. Al recibir las quejas, acuden al lugar de los hechos, pero no pueden ir más allá al carecer de una orden judicial para entrar y corroborar de esta forma si, lejos de ser una simple celebración entre amigos, se trata de una fiesta ilegal con vistas a extraer un beneficio económico, al margen de permisos y demás certificaciones administrativas. En estos casos, a los agentes sólo les queda proceder a identificar a las personas que les reciben a la entrada de la finca y a poner multas, si procede, a los coches que están mal aparcados.