Hacía semanas que el alcalde Monjo no había sido objeto de controversia. El hueco se ha notado. Ahora la oposición vuelve a situarlo en el atasco de la transparencia y de la justificación de comportamientos a cuenta de los gastos de movilidad que carga a las arcas municipales.
Sabido es que un hombre del talante de Joan Monjo se rige por sus propios códigos de circulación y se mueve dentro de un circuito político muy personal en el que molestan intromisiones y valoraciones ajenas, cosa muy relativa porque las actuaciones y los gastos de un alcalde no dejan de ser cuestión y cargo público.
A la oposición de Santa Margalida le ha llamado la atención que un alcalde, con 40.000 euros de sueldo anual, cargue otros 3.000 anuales por kilometraje, una cifra redonda y periódica, siempre la misma cantidad, como si el alcalde repitiera mes a mes itinerarios y distancias. Sospechoso cuando Monjo no se distingue precisamente por ser un gobernante de hechos rutinarios.
¿A dónde va el alcalde? ¿Qué hace en sus desplazamientos de factura repetida? Es lo que se interpela la oposición pidiendo informes y justificantes del kilometraje cobrado. En el mejor de los supuestos, a Monjo le han pillado en el atasco de su propio comportamiento, del que él intentará escabullirse por la tangente, la evasiva, el silencio o el pitido de un claxon con acusación mayor.
Si es así significará que el veterano y sagaz Monjo está perdiendo facultades. Un político como él debe saber adelantar a la oposición y justificar gastos y comportamientos antes de que le pidan explicaciones en el pleno municipal.
Es la mejor forma de despejar la sospecha y de mantener la confianza del ciudadano. De lo contrario, se vuelve a entrar en el convulso espacio de lo opaco. No es lo normal que un alcalde cobre siempre igual por desplazamiento, esto en el supuesto de que deba percibirlo. El kilometraje no se pacta, se recorre y se justifica.
