Desde que en 1996 la primera aula prefabricada llegara a Son Macià, no hubo año en que la comunidad educativa, de una u otra forma, no mostrara su malestar ante la situación. Poco espacio para una población creciente de alumnos, que demandaba una calidad mínima tanto en la seguridad como en la comodidad de una infraestructura anticuada. A la espera de una estabilización en la demanda y de posibles reformas puntuales, la Conselleria intentó en varias ocasiones apagar los ánimos. Pero las goteras y las deficiencias no hicieron más que encender las protestas, que cristalizaron en reuniones tensas con el Ayuntamiento o la Conselleria, que finalmente decidió, hace dos años, demoler el viejo edificio e invertir en uno nuevo.