La conjunción simple de personas y casas resulta insuficiente para identificar y estructurar un pueblo. Digamos que la población será, en todo caso, el paisaje humano y los comportamientos que le dan vida y placidez colectiva.
Resulta atrevido conceder la categoría de pueblo a la agrupación de adosados y apartamentos de sa Vinyola. La misma denominación de El Paraíso certifica la artificialidad del lugar. La condición paradisíaca la concederá, por contra, el comportamiento vital.
En todo caso, Sa Vinyola, al igual que la temeraria expansión de Sa Ràpita, sirven para comprobar que Campos no es el desierto turístico y comercial que quiere aparentar ni un marginado de la permisividad urbanística. Se confirma también que el municipio, con sus políticas propias y las exteriores que le aplican, pone en grave riesgo de deterioro los recursos y el patrimonio natural que sí es exclusivo y delicado.
