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Memoria

Doctor y maestra en tiempos difíciles

"El alcalde me pidió que pronunciara el pregón de fiestas para tributar una especie de homenaje a mis padres en reconocimiento a la labor que desarrollaron en Montuïri"

Antònia Andreu, con la estatua del Cossier que cada año el Ayuntamiento entrega al pregonero. b. gomila

"La viruela, el sarampión, la tos ferina o las escrófulas eran las enfermedades más comunes para un médico de pueblo a mitades del siglo XX". Antònia Andreu i Juan, pregonera de las fiestas de Sant Bartomeu de Montuïri de este año, hace un recordatorio de la vida del médico y la maestra en una época de precariedad económica, restricciones y dificultades humanas. Nacida en 1942, maestra y licenciada en Filología Hispánica, ha sido profesora de educación primaria y secundaria. El pregón fue un recordatorio de la vida de sus padres, el doctor Florentino Andreu Martínez y de la docente doña Jerònia Juan Cerdà.

La venida al pueblo de Don Florentino (como así se le conocía en la localidad) resultó circunstancial. Natural de la provincia de Cuenca, cursó Medicina en Valencia y se especializó en oftalmología en Madrid. El azar propició que el entonces alcalde republicano, Joan Mas i Verd, marchara a Valencia a principios del año 1934 para buscar los servicios de un galeno. Allí contactó con Florentino Andreu. En marzo del mismo año, el nuevo médico de Montuïri ya se instaló en el municipio donde conoció a la que sería su esposa. Contrajeron nupcias el 25 de abril de 1935.

Futuro truncado

"Divisaban un futuro pletórico de bonanza, pero pronto los castillos que habían forjado cayeron el 18 de julio con el inicio de la Guerra Civil". A su padre le prohibieron ejercer su oficio y estuvo en prisión y a su madre -como ocurrió a otros colegas- la suspendieron de sueldo y trabajo. Sin entradas económicas, sobrevivieron gracias a clases particulares.

Tiempo después, pudieron volver a su profesión. De su padre, Antònia recuerda las frases de "ver, oír y callar" y de homo hominis lupus por la advertencia de que "el hombre puede transformarse en fiera".

Don Florentino estaba disponible las 24 horas del día. "Meticuloso, sensible, humano y respetuoso con todos, hacía lo imposible para atender a quien le necesitara, sin interesarle si era rico o pobre, creyente o agnóstico, monárquico o liberal, humilde o poderoso. No sé cuántos brazos, piernas y pies recompuso ya que tenía las manos de oro para recolocar los huesos".

"Sedes, buranyes, pigota borda, la rosa, la cucurutxa, les paperes, els bonys i panadissos eren malalties de cada any", expuso textualmente Antònia Andreu. Además, de localidades vecinas venía gente a Montuïri para que les tratara los problemas oculares, dada su especialidad en oftalmología.

La maestra

Su madre, doña Jerònia, preparó alumnos de todas las edades. Daba clases de repaso que empezaban a las ocho de la mañana, antes de que se encaminara a la escuela pública, y continuaban después de las doce. Por las tardes su marido impartía latín, francés, geografía, historia y dibujo. Esta dedicación permitió que numerosos jóvenes pudieran estudiar de forma libre, y examinarse en los dos únicos institutos de Mallorca, Ramon Llull y Joan Alcover.

Cuando marchaban a Palma para demostrar sus conocimientos de cada asignatura en el poco tiempo asignado, "era una quinosi, como se diría en términos montuïrers, a causa del susto, el madrugón, la distancia y el tener que escribir con pluma estilográfica ya que muy pocos la poseían", apunta la pregonera.

Los padres de los alumnos le consultaban si, como docente, creía que su hijo o hija "podía sacar los estudios, ya que harían un sacrificio". La labor de dona Jerònia daba sus frutos puesto que los resultados eran buenos. Algunos consiguieron cursar magisterio o comercio o seguir el bachillerato. En Palma no había mayor oferta de estudios superiores. Por otra parte, entre las cinco y media y las siete, daba repaso a alumnos en edad escolar y luego, a los jóvenes del pueblo. "Repetir y repetir teoría y práctica era su método infalible".

Las clases de primaria presentaban un horario similar que recordarán las lectoras ya jubiladas de la mayoría de las escuelas de aquellos años: Gramática, geometría y aritmética, por la mañana antes del recreo; lectura, dictado y dibujo, después. Por la tarde, historia sagrada, repaso de oraciones, mapas y labores acompañadas por canciones. Un rincón repleto de flores ocupaba en mayo una zona del patio para conmemorar el mes de Maria a cuyas oraciones asistían todos los escolares por la tarde. "Se lo pasaban muy bien cantando a pleno pulmón las canciones que dirigían los maestros".

Existía el cuaderno diario de rotación que reseñaba las actividades de la jornada escolar. "No podía haber ni manchas de tinta ni borrones, ni líneas torcidas, ni un dibujo cualquiera". Paralelamente, el grupo-clase disponía del cuaderno de conmemoraciones, tales como el Día del Caudillo, la Fiesta de la Raza lo de la Hispanidad, el Día de la Victoria...

A mediados de julio terminaba el curso. "Aprovechábamos una de las últimos jornadas del año lectivo para ir a la playa, en la única vez en todo el año. Descubríamos una Mallorca todavía virgen en una costa toda entera para nosotras. Cantábamos más fuerte y con más ganas que las cigarras de verano en un pinar, entrábamos y salíamos del agua mil veces". Otro gran protagonista, el vehículo denominado sa rúbia de ca ets escolans, llena a rebosar, les "transportaba al paraíso".

Antònia Andreu manifiesta que la escuela fue el lugar mágico e idílico de su infancia. Cuenta que en 1948 hubo una fiesta con la representación de Los Gavilanes y que en el patio se construyó una pista de baile, un gran círculo rosa situado junto al comedor, que servía para la celebración de las verbenas y actos populares. "La pista se convirtió en el reinado de párvulos y niñas", afirma tras rememorar los versos de "Margarita, está linda la mar.." y el estribillo de la Canción del Pirata de José de Espronceda, "que es mi barco mi tesoro..."

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