Servicios estáticos para necesidades y población fluctuante, esta es la realidad con la que topan muchos municipios de Mallorca. Dentro de ella, las miradas y la preocupación se centran en cuestiones de seguridad, ahora que la diversión y la fiesta se ha vuelto móvil y casi nadie se siente identificado con el lugar en el que va a desmadrarse. No se atiende más allá de la convocatoria de fiesta bajo el impulso de pasarlo bien, lo cual, vistas las formas, consecuencias y resacas, resulta francamente discutible.
Los ayuntamientos van exteriorizando poco a poco su preocupación por los grandes botellones que se les infiltran y ya no controlan. El último es el de ses Salines. Una plantilla de Policía Local a la intemperie de la escasez y los condicionantes de la ley Montoro atan de pies y manos al consistorio en materia de seguridad, mientras la población se dispara en verano y todo el mundo atiende el reclamo de moda de Colònia de Sant Jordi.
Ses Salines añora a la Guardia Civil que no tiene y en silencio se arrepiente de no haber reconocido y mantenido el valor patrimonial del viejo cuartel colonier. Pero todo permanece en el aire, las necesidades de la población flotante no se corresponden con servicios públicos también flotantes. La Administración tiene acreditada su justa fama de rezagada.
