La escena de anuncio televisivo del grupo de turistas que llegan a un mirador de la isla en coche para cazar los últimos rayos de sol del día, podría convertirse en una postal de época dentro de unos años si se sigue la evolución de medidas como las adoptadas últimamente en diversos municipios, de limitar el paso de vehículos privados en determinados puntos de gran afluencia turística.

Y es que la sensación de colapso crece tan rápido, tanto entre la población como entre las instituciones responsables de caminos y carreteras, que ante la perspectiva de otro verano más de cifras récord han aparecido estos nuevos modelos de gestión que intentan limitar los efectos de la masificación en zonas naturales cerrando el paso al coche y apostando por accesos en transporte público con buses lanzadera.

El debate que generan estas medidas no se ha hecho esperar y ha vuelto a poner sobre la mesa cuestiones sobre el nivel de saturación que perciben, o que realmente padecen, los residentes de la isla. Y más allá del análisis de estas restricciones concretas, la pregunta es si estos casos no son tan solo la primera etapa de un proceso generalizado de cierre al tráfico de espacios naturales que se ven amenazados debido precisamente al gran éxito que tienen entre los visitantes que quieren conocerlos y disfrutarlos.

Única solución

La catedrática de Geografía Humana de la UIB Joana Maria Seguí explica que la regulación es actualmente la única solución "si se quiere que la isla siga teniendo el valor añadido del paisaje, que es nuestro principal valor", por lo que defiende las restricciones y destaca como un elemento positivo que estas medidas apuesten por incentivar el transporte público, "un argumento que las hace mucho más interesantes". Seguí asegura que si se sigue creciendo y no se ordena el acceso de coches en muchas de estas zonas turísticas, el resultado será la imposibilidad de llegar a ellos: "La cuestión es que simplemente será imposible llegar allí y provocará en primer lugar problemas de seguridad, porque muchos de estos caminos además de estar saturados son estrechos y de difícil circulación, por lo que el primero que está en peligro real es la persona que quiere llegar a ese sitio".

"La afluencia turística se ha triplicado en los últimos 20 años, añade Seguí, las previsiones del aeropuerto son pasar de mover 26 millones de personas a 35, y a esto hay que añadir que las nuevas formas de turismo pasan por el incremento del visitante que no viene en paquetes, sino que se programa su estancia con su casa, su coche de alquiler... y todo esto supone mucha más explotación de recursos de la isla".

Llegados a este punto es cuando la catedrática cita modelos de otros puntos que se podrían estudiar: "El ejemplo de la subida a los lagos de Covadonga es una fórmula para poner transporte colectivo en las semanas de mayor afluencia. Otro caso sería el de las playas de Menorca en las que se han acondicionado aparcamientos con sistemas de información a tiempo real de cuantas plazas libres quedan. Y cuando está completo, queda cerrado. Si vamos más lejos, en un lugar como las islas Galápagos los cruceros no pueden acercarse a la costa, y necesitan otras barcas especiales para llegar a tierra".

Verano de catarsis

Jaume Adrover, portavoz del colectivo Terraferida, lo tiene claro: "Esta verano se producirá la catarsis definitiva, porque no es verdadque la gente de aquí pase de todo. Y como pequeño avance hemos tenido la reciente Semana Santa. ¿Qué se debería hacer? Está claro, es el momento que las instituciones tomen medidas valientes, porque ahora mismo la gente lo entenderá". Para Adrover, un ejemplo cercano sería que esta misma semana Palma se colapsó el día que llovió debido a la gran cantidad de visitantes que llenaron calles y aparcamientos con coches de alquiler, "esto antes pasaba el mes de julio o agosto, pero ahora lo vivimos en abril, y la gente es más consciente cuando lo ve y lo vive en primera persona".

El portavoz de Terraferida es más escéptico sobre las retricciones de tráfico aplicadas: "Ahora podemos tener los alcaldes más originales, pero simplemente estamos aplicando cuidados paliativos. Si no paramos el crecimiento y no se empieza a hacer urbanismo, de nada servirá". Adrover cree que "ahora nos están entreteniendo con este tema y mientras tanto se dice que existe la posibilidad legal de crecer en un millón de habitantes más, que ya tenemos 700.000 plazas hoteleras aunque lo quieran negar, y se siguen proyectando grandes infraestructuras como la de Campos a Llucmajor o el segundo cinturón".

"Mallorca ya se ha quedado sin rincones y esto lo tenemos todos claro -añade Adrover-, ahora es el momento de que se produzcan reacciones, y si no tocamos los techos de crecimiento no servirá de nada lamentarse". Para el colectivo Terraferida se trata de plantear medidas urgentes, y su portavoz pone una como ejemplo: "Que para lograr una nueva plaza hotelera se tengan que dar dos de baja, no una. Una propuesta que puede parecer radical, pero que la defendía el president Matas en 1999".

Sobrepasada la capacidad

Climent Picornell, profesor emérito de Geografía de la UIB, analiza las últimas decisiones como "una demostración de que estamos en una época de cambio por saturación y de que hemos sobrepasado la capacidad de carga de la isla", y en base a las últimas cifras publicadas que adjudican un coche por persona, sentencia que "es una barbaridad que provoca situaciones caóticas como lo que pasa en Formentor, que cuando lo ves quedas absolutamente impactado".

Picornell defiende las restricciones a los vehículos y entiende que la primera reacción de muchos mallorquines sea una exclamación por tener la sensación de haber perdido la posibilidad de visitar ese lugar, "como indígenas que nos han quitado una parte de nuestro territorio, pero pienso que es lo contrario, porque estamos ante unas medidas lógicas y típicas de zonas turísticas saturadas, ya sean grandes ciudades o espacios naturales".

Picornell apunta que la percepción psicológica de saturación del residente se ha incrementado considerablemente en los últimos años, "antes asumíamos que en verano nos sometíamos a la autocensura de no acercarnos a determinados lugares, pero ahora esta sensación se ha acentuado, y en cualquier pueblo del interior de la isla se puede ver el movimiento de casas que se alquilan por días, coches de alquiler o grupos de ciclistas. Esto lo ve todo el mundo". El profesor no entiende que se haya alcanzado la tan reiterada desestacionalización, "eso es algo imposible, porque somos destino de sol y playa, y la gente se va de vacaciones cuando tiene vacaciones, o sea, mayoritariamente en verano. Pero lo que sí es cierto es que se prolonga cada vez más la temporada tanto antes como después".

Desde el GOB, su portavoz, Margalida Ramis, es otra de las voces que lamentan que "siempre lleguemos tarde y, en este caso, las restricciones se deban sobre todo a cuestiones de seguridad y a las posibles responsabilidades que deberían asumir los ayuntamientos en el caso de tener problemas". Ramis no critica las medidas concretas que se han tomado ahora y, de hecho, apoya todo lo que sean acciones disuasorias en zonas ambientalmente frágiles, pero considera muy triste que Mallorca no tenga estudios de capacidad de carga y tampoco le parece bien cuando el que paga se puede saltar las restricciones, "lo de hacerlo visitable solo para ricos no tendría explicación desde un punto de vista de conservación del territorio".

Cosquillas al monstruo

Para la portavoz del GOB, "si no queremos hacerle cosquillas al monstruo ahora es el momento de limitar y poner topes, porque de lo contrario iremos perdiendo zonas de la isla como ahora mismo estamos perdiendo calles de Palma que son intransitables y ya las evitamos cuando vamos andando por la ciudad".

Ramis subraya que ya no se puede seguir con el mantra de que no se puede hacer nada porque vivimos del turismo, y pone como ejemplo las últimas declaraciones de la presidenta de la Federación Hotelera o los estudios del Cercle d'Economia, alertando de las consecuencias del crecimiento imparable de la economía colaborativa o mostrando como todos los indicadores de calidad de vida de la población han bajado de forma alarmante en los últimos años. Solo sube una cifra: el número de turistas. "Estamos en el antimodelo", sentencia Ramis.