La necesidad de sustento y el trabajo que lo procura han movido siempre los comportamientos humanos en cuanto a residencia y movilidad de la gente. Resulta lógico que así sea. Ocurre incluso en la Mallorca de dimensiones limitadas y aires metropolitanos que a simple vista aparenta una uniformidad que no es tal. Es verdad que residentes y visitantes nos movemos por la isla en función del gusto, la necesidad y la comodidad de la distancia corta. Sin embargo, en el momento de asentar casa propia, los condicionantes, las exigencias y las preferencias son distintas.
Las cosas no han cambiado tanto en las últimas décadas en las villas y pueblos de Mallorca, simplemente se han adaptado. Digamos que, en términos generales, las zonas de la antigua agricultura de secano, el Pla y la Serra, siguen siendo el lugar para envejecer y por contra, el litoral turístico, Palma, su extrarradio y el Raiguer, el sitio para ganarse el sueldo y batallar la vida diaria. Así se explica que el interior y Tramuntana pierdan población al tener, solo con alguna excepción, el 20% de población que ha superado los 65 años y unos índices de natalidad incapaces de superar el descenso demográfico. Los extranjeros que han fijado su residencia en la isla se mueven dentro de la misma tendencia que la población autóctona.
Los expertos advierten de que se trata de un comportamiento demográfico que tiende a acentuarse con claridad dentro de los próximos años y que, por tanto, deberá ser tenido en cuenta en el momento de planificar ciertas infraestructuras y servicios. De lo contrario, también se incrementarán las carencias mucho más allá del actual déficit de residencias geriátricas o asistenciales que ahora aqueja a toda Mallorca.
El Pla y Tramuntana necesitarán mayores medios destinados a la atención de su número de ancianos creciente, pero también estímulos de desarrollo económico real para que sus poblaciones no entren en depresión colectiva y a la par se equilibre en mejor proporción el reparto demográfico de todo el conjunto de Mallorca.
