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Lletra menuda: Un caramelo turístico liberado del delito, por Llorenç Riera

Por desagradable que pueda resultar es, quizás, el ejemplo extremo de cuanto ocurre en ese complejo mundo del turismo mallorquín en el que acaban colándose y camuflándose demasiadas miserias de ilegalidades y demás actuaciones inconfesables de desaprensivos europeos. Ya resulta paradójico y esperemos que no premonitorio que, cuando las cadenas hoteleras de Mallorca se van a invertir al Caribe y no hallan pieza inmobiliaria apetecible por adquirir o terreno urbanizable por conquistar en la isla madre, una de las muy contadas oportunidades de incrementar patrimonio que se presentan, tenga antecedentes y mancha mafiosa ligada al blanqueo de capitales.

Hacienda pone a subasta el hotel Mar i Pins de Peguera con un precio de salida de 12,6 millones. Son seis plantas y setenta habitaciones en una atractiva primera línea que incrementa su apetencia en tiempos de masificación turística como la actual. Seguro que no le faltarán pretendientes.

En términos comerciales, incluso puede tener su morbo y quien sabe si un plus en el precio, reservar plaza en el mismo lugar en el que ha tenido uno de sus cuarteles generales un convicto como Alexander Romanov, pillado en 2013, en el marco de la operación Dirieba, contra la mafia rusa Taganskaya. Fue declarado culpable de blanqueo de capitales, falsedad documental y revelación de secretos. Resulta innegable que dormir o reposar en un hotel ligado a estos antecedentes es garantía sobrada para huir de la rutina y de los paquetes turísticos estándar. Ya no podremos volver a repetir que Mallorca es únicamente sol y playa.

El Mar i Pins es, por otro lado, uno de los escasos procesos en el que, por fortuna, se ha acabado resarciendo lo malversado, cuando menos en una parte sustancial. Fue entregado al patrimonio del Estado gracias al pacto alcanzado entre la fiscalía Anticorrupción y Romanov. Hacienda, siempre insaciable, podrá ingresar y desprenderse de un inmueble que en nada le interesa y el hotel recuperar el uso original que le dio Antònia Gayà en 1958.

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