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Brujas en Mallorca, hechizos y mucha picaresca

La historia moderna creó su particular visión del mal para explicar sus desgracias, también en Mallorca. Lo opuesto al noble anciano del bosque, blanco y barbudo, fue la bruja negra de escoba voladora, aunque en la isla adoptara otras facetas

El que se consideró un libro de brujería en Mallorca, el 'Clavicula Salomoni'.

La Europa de los siglos XVI, XVII y XVIII fue el inicio del cambio. Fue el tránsito de un continente campesino de gente muy conservadora y arraigo católico a un mundo cambiante que pasó por una pequeña edad glacial, por los estragos de la peste o la Guerra de los Cien Años. Desde Suecia a Mallorca, desde Portugal a Grecia, se buscaba una explicación a tanto desajuste. Amparándose en las religiones precristianas, esa némesis del bien, el mal, se enfocó en las mujeres, en el pecado original, en las brujas voladoras.

Sin embargo no en todos los países del viejo continente se reaccionó igual contra ellas. Mientras que en la Alemania luterana del siglo XVII se quemaron hasta 200.000 mujeres acusadas de brujería, en España la Santa Inquisición no creyó en ellas y, excepto en un caso, ninguna fue condenada a muerte. Tanto en la península como en Mallorca siempre se las vio como hechiceras o embaucadoras, más tendentes al engaño que a tener poderes sobrenaturales. Otra cosa fueron las autoridades civiles o los alcaldes, que en los Pirineos, por ejemplo, contrataron a cazadores de brujas, que cobraban por 'captura' y donde se llegaron a colgar unas 400.

Así presenta el panorama de la época el último libro del historiador Antoni Picazo, In Umbra. Societat, poder i bruixeria a Mallorca. Tras cual detalla los principales casos detectados en la isla. "Se trata de una sociedad muy católica en que empiezan a verse exorcismos en Palma de mujeres que, por ejemplo, hablan latín sin saber o tienen visiones. Eso para un católico convencido que viva al lado es difícil de comprender". "En Mallorca más que brujas lo que hubo fueron hechiceras. La Inquisición interviene en muchos casos, pero las condenas siempre suelen ser menores, normalmente de dos años de destierro peninsular y azotes", explica Picazo.

'Escuela' de embaucadoras

Muchas de las 'brujas' mallorquinas procedían, por así decirlo, de la Casa de Pietat de Ciutat, lugar de atención a mujeres mayores, prostitutas o madres solteras con problemas económicos. Y ahí precisamente entraba la picaresca y la necesidad por sobrevivir. "Allí aprendían toda la parafernalia de rituales y canciones cristianas, hierbas y conjuros de las mujeres que llegaban de la península". Recitaban canciones a santa Marta o a santa Elena y quemaban una vela verde para que el cliente consiguiera el amor pretendido, a cambio de diez ducados. Otro remedio típico era el de capturar una araña dentro de una nuez y cerrarla hasta que muriera, y el deseo quedara concedido.

Esos eran sus principales clientes, buscadores de tesoros, del destino de familiares muertos o buscadores de tesoros, que acudían a ellas para descifrar las pistas de papeles árabes encontrados por sorpresa, y que solían relacionarse con dinero escondido antes de la conquista catalana. "No en vano en muchos lugares de Mallorca aún existen alusiones a tesoros escondidos. Por ejemplo entre Artà y Capdepera está la montaña del Tresor, donde se creía que estaba guardado uno, custodiado por un genio".

"Muchas mujeres tuvieron, por problemas de carácter personal, tuvieron que huir de su pueblo natal para buscar refugio en el anonimato que brindaba la ciudad. En este aspecto parte de las hechiceras de Ciutat desarrollaron la picaresca para poder sobrevivir, lo que la Inquisición calificó como 'embaucadoras'. En la Part Forana este tipo no se da de una forma tan masiva, pero sí que allí hallamos a las curanderas y curanderos, que no tienen nada que ver con las hechiceras. Eran personas, aquellas, que practicaban un medicina ancestral basada en el conocimiento oral transferido y en los remedios naturales".

Muchos de los clientes eran de familia noble. Como los que acudieron a una mujer de Artà en el siglo XVII, Catalina Llinàs, que decía tener visiones. Llegaban desde Palma por las noticias llegada desde la Part Forana que aseguraban que podía ver dónde estaban los familiares. "La fórmula siempre solía ser la misma: te decía que tu padre o tu abuelo estaban en el purgatorio, pero que si hacías una donación determinada en el convento del Carme, automáticamente pasarían a estar en la Gloria".

Su aspecto ayudaba a la asimilación de sus 'milagros' con la brujería. Era viuda, sobrina de Fray Damià Massanet, unos de los colonizadores mallorquines de Texas. Solía pasear por la calle con una túnica franciscana con un cordón lleno de medallas religiosas. Incluso las autoridades de Manacor requirieron su ayuda para encontrar o saber si aparecerían una piezas robadas de la parroquia. Dijo que sí, pero que no todas. Efectivamente, unos días después la probabilidad le dio la razón.

Pero aunque las condenas no eran mortales para los delitos de supuesta brujería, el marido de una de ellas, junto a un amigo, la encerró en la torre de defensa de Portocolom donde trabajaba para impedir su destierro forzado. "Al final el rector de Felanitx avisó del engaño y la Inquisición les puso una multa de 50 lliures a los dos hombres y el destierro efectivo de la mujer".

Un caso famoso

Preguntado sobre cuál sería el caso mallorquín más famoso, Antoni Picazo opina que "cada época tiene su caso, su momento, sus temores. En este sentido el caso, estudiado por un historiador mallorquín, de Catalina Floreta fue muy comentado. A finales del siglo XVII la aparición de un supuesto libro de magia y su utilización por autoridades de la isla e incluso estudiantes de Teología preocupó seriamente al Santo Oficio. Pero sin duda, lo que generaba un terror inimaginable eran los exorcismos practicados a determininadas mujeres".

Pero, ¿algunos de esos miedos ha perdurado en costumbres o frases de hoy?. "El miedo popular al denominado mal-bocí, el envenenamiento típico, perduró hasta finales del siglo XX prácticamente en toda Mallorca. Las madres, de ordinario, inculcaban a sus hijos que no debían aceptar comida ni regalos de ninguna persona". Sobre el porqué todavía existen curanderos en la isla, Picazo sostiene que "las creencias populares son difíciles de erradicar".

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