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Sa bassa

Honor y gloria a la gallina disecada y al 'oculista underground'

La ´Quica´, antes de renacer en la Font de Santa Margalida.

Érase una vez una urbe torera, de esas con vaquillas, mocitas 'felanitxeres', monteras veteranas y espadas noveles. De aquellas donde los astados eran religión de la buena, donde las peñas llenaban La Macarena a tres días de acabar agosto y las vueltas al ruedo eran tan eternas como las puertas grandes. En esa villa, hace poco más de treinta años, nació El Cosso. El gamberrismo hecho 'fan-club' se coló en la Fiesta. Un grupo desperdigado que, como otros que fueron saliendo en aquellos momentos, animaba al toro y se reía a su manera del toreo. El mismo que una vez lanzó una pequeña gallina para despistar al matador para ver si así le perdonaba la cornamenta al 'negro'.

Pero no hubo piedad y la cuadrilla arregló al instante el desafío finiquitando al plumífero en pleno albero. El momento fue aterrador y el 'flashback' aún escuece. Pero "todo tiene solución, incluso la muerte", pensaron. Y como faraones egipcios hicieron del cuerpo culto y embalsamaron al animal; la peña y todo Felanitx ya tenía tótem: La Quica.

Como una mezcla de oso y Frankenstein, la gallina hiberna todo el año para renacer con el calorcillo. Ayer, amigos, volvió a pasar. Envuelto en banderas y cañas, su cuerpo débil bajó por la escalinata de la Font de Santa Margalida y, tras minutos de parsimonia torera, se obró el milagro: ¡Está viva!, ¡Que empiece la fiesta! ¡Visca Sant Agustí!, ese santo pensador que en Alemania todavía es venerado por curar problemas oculares y que aquí, en una isla del Mediterráneo, es la excusa perfecta para hacer la vista gorda y vivir un día de honor y gloria 'felanitxera'.

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