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Entrevista

Nicolau Colom Martí: "La cárcel tiene mala fama, pero los presos, en general, son buena gente"

"La primera vez que fui fue el día de Navidad de 1996, todavía en la cárcel antigua"

Nicolau Colom (Bunyola, 1926) sigue yendo cada semana a la cárcel como voluntario. J. MATEU

Algunos presos le llaman "el santo de la guitarra". A sus 90 años, Nicolau Colom Martí sigue yendo cada domingo por la mañana a la cárcel, como ha hecho siempre desde 1996. Ha redactado su experiencia en la cárcel "con humor y desde el respeto y la proximidad a la persona", afirma en el prólogo de su libro Jaume Alemany, director de la Pastoral Penitenciaria y capellán de la prisión.

-Eso de escribir crónicas de visitas a la cárcel, no es muy habitual.

-Los que me conocen saben que soy aficionado a llevar siempre un cuaderno y ponerme a apuntar si hay algo que me llama la atención. Siempre he tomado apuntes de excursiones, viajes, cosas que veo por Bunyola... y con la cárcel, igual. Lo hice durante los diecisiete primeros años que fui, desde 1996 hasta 2013, pero no de una forma sistemática, solo cuando había algo que me llamaba la atención. Es un libro escrito a partir de impresiones cogidas al vuelo.

-¿Cómo empezó a ir a la cárcel como voluntario?

-Porque Jaume Alemany, que entonces era párroco de Bunyola, y Margalida Mateu, que también es bunyolina, ya estaban en la Pastoral Penitenciària, y yo me apunté. Al principio fui por un tema litúrgico, ayudar con los instrumentos en la misa que se celebraba en la prisión.

-Cuando empezó las visitas, todavía estaban en la antigua prisión.

-Sí, allí era todo mucho más familiar. Yo lo comparo a unas casas de possessió. Llegabas al hall, que era como la clastra y ya estabas dentro. En la nueva es otra historia: tiene 14 módulos, hay que caminar por unos pasillos larguísimos... En la antigua también había más capellanes. Ahora, que es más grande, son solo dos y tienen que repartirse entre los 14 módulos en que se divide el centro. A veces no hay suficientes y somos los mismos voluntarios los que hacemos una celebración sin capellán.

-¿Exactamente, qué hacen en la cárcel?

-Vamos los domingos por la mañana y organizamos una celebración religiosa en los módulos. Una vez al mes también se organiza una celebración comunitaria a la que pueden ir los que han ido a las dominicales. También celebramos algunas fiestas, como la Navidad, en la que mi nieta Júlia Colom canta la Sibil·la desde que tenía nueve años. La primera vez no pudimos entrar la espada por motivos de seguridad y tuvimos una Sibil·la "mutilada" sin espada, pero a partir del segundo año llevamos una de madera.

-¿Cuántos presos participan habitualmente en este tipo de actos?

-Puede venir el que quiera, pero la participación suele estar alrededor del 10 por ciento, que viene a ser más o menos la misma gente que va a las iglesias.

-Pero el contacto de los voluntarios con los presos va más allá de estas celebraciones.

-A veces sí. Nos piden hablar con nosotros, si podemos hacer algún encargo para ellos fuera o hablar con un familiar, cosas de este tipo. Una vez un preso le dijo a Margalida Mateu: "Nadie de fuera se comunica conmigo. Quisiera recibir una carta de alguien". Y la recibió, tal y como explico en el libro. Son pequeñas cosas que para ellos resultan muy importantes. Luego, la Pastoral Penitenciària también ayuda a algunos cuando terminan su condena o salen de permiso y no tienen donde ir gestionando un piso de acogida.

-¿Recuerda cómo fue su primera visita?

-¡Claro que sí! Fue el día de Navidad de 1996, aún en la cárcel antigua. La primera impresión, además por lo que se oye fuera, hace que llegues con el ánimo un poco bajo. Pero eso pasa enseguida. En vez de encontrarte con gente rara, por decirlo así, te encuentras con gente muy normal, y con gente joven sobre todo, que aprecian mucho las visitas y que alguien vaya a verlos.

-¿Una experiencia que ha valido la pena?

-¡Sí, claro! Es una experiencia que te enriquece. Una tarea sencilla, nada vistosa, pero que ves que solo estando allí, ayudas. También como cristiano me gusta mucho la naturalidad con que se hacen las cosas en la cárcel. No se fuerza nada, todo sale de dentro y hacemos unas celebraciones que no se parecen en nada a las que se ven en las iglesias. Cuando conoces la cárcel por dentro, te llevas un desengaño, pero en positivo. Ya sería bueno que algunas de las cosas que pasan fuera se pareciesen a lo que pasa dentro.

-¿Recomendaría a la gente que visite la cárcel como una experiencia?

-Sí, sería interesante que pudiera ir la gente, pero hay que decir que es un poco complicado por los permisos y toda la burocracia que se exige. Yo siempre recomiendo a mis amigos que vayan, para que vean esa naturalidad que comentábamos. La visita a la cárcel ayuda a quitarnos un velo de delante de los ojos, que nos hace creer que es un lugar tétrico y con mal ambiente. Es verdad que hay de todo, que la cárcel tiene mala fama, pero los presos, en general, son buena gente.

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