Ni el supuesto lío de faldas con una chica extranjera con el que estos días ha copado los periódicos, ni su mala fama de tentador de viejecitos ermitaños pueden de momento con él. A la gente le da igual, no le interesa, les resbala... simplemente le adora. Si la mayor fiesta manacorina del calendario se llama Sant Antoni es por puro formalismo, por tradición; porque aquí el rey verdadero es el cornudo, el hipster cejijunto que triunfa pese a su dieta alta en grasas saturadas y su dudoso sentido de la estética.

Ayer era su día (y noche) de fiesta y se gustó como siempre. Faltón, por burlar hasta se mofó de las alertas meteorológicas, esas que se transformaron en rachas de frío soleadas. Tampoco las prudenciales medidas de seguridad, ampliadas con falsas alarmas, pudieron alterar su plan.

En el otro lado del cristal, de buena mañana, centenares de bicicletas llenaron la calles para tratar de diseñar un recorrido más o menos ordenado por los diecisiete foguerons que este año se apuntaron al concurso oficial. De negro sudadera y pañuelo rojo, sombrero opcional. Traje y corbata de aquellos, cada vez más jóvenes, que recorrieron la ciudad entre herbes dolces y cánticos mantra. Y nos dieron las doce y la una y las dos... momento idóneo para terminar de reunir a la cuadrilla dispersa y empezar a planear el 'asalto' al Ayuntamiento, para coger un sitio donde, al menos, poder intuir el baile de los dimonions y del gran jefe todos girando en círculos centrípetos sobre el santo.

Fue la apoteosis, el gran momento en que la plaça des Convent fue tomada por la comitiva y el Dimoni escaló hasta la sala de plenos para hacerse con la silla presidencial: señor alcalde por unos segundos. Fuera, más de 6.000 personas que no pararon de pedir, como auténticos fans, que su ídolo saliera al balcón empuñando su bastón y alzándolo al viento como un trofeo ganador. Era la imagen y él, que lo sabía, correspondió a lo grande. Algunos comercios cerraron pronto, otros ni abrieron. Y tras el primer subidón, momento de comer (y beber), montar una buena tertulia y estirar las piernas mientras no pararon de sonar los 'grandes éxitos' santantoniers.