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Patrimonio

El ocaso de los molinos

El célebre escritor y filósofo escribió: "Estos otros molinos no dejan de animar el paisaje con una nueva vida"

El ocaso de los molinos

La impresionante estampa paisajística ofrecida por los molinos de viento que se levantan sobre las planicies de Sant Jordi, sa Pobla o Campos, por citar las zonas de Mallorca más pobladas de esos elementos, otrora vitales en el desarrollo agrario de nuestra isla, ha sido fuente de inspiración artística de escritores y poetas, de fotógrafos y pintores que, con la palabra o la imagen, han ensalzado su bucólica fisonomía.

Se trataba de una bella y majestuosa estampa rural, que comenzó a dibujarse sobre los campos de la isla y a perfilarse en el horizonte a finales del siglo diecinueve y que lució esplendorosa hasta mediados del pasado siglo veinte.

Primeras construcciones

Centrando el enfoque en los molinos de las majales de sa Pobla, éstos no fueron precisamente, los primeros que se levantaron en la isla ya que, según documentación diversa, fue en el Pla de Sant Jordi donde se construyeron en primer lugar, entre los años 1846 y 1848, con motivo de las obras de desecación del humedal palmesano, llevadas a cabo a finales del siglo diecinueve.

Las obras se efectuaron bajo la dirección del ingeniero holandés Paul Bouvy, a quien se le atribuye la invención de nuestros molinos de viento extractores de agua.

El molino llegó a tierras pobleres en la primera década de 1880 y el primero empezó a rodar, el año 1885, en la finca de Son Culenrera, una propiedad de Bartomeu Pericás Borneta. Este primer molino tenía las veles (aspas) de lona.

Cuatro años después, en 1889, Nicolau Socías Guixa, instaló en su finca de Son Gallina el que sería el segundo molino de sa Pobla, que ya tenía todo el ramell (rueda octogonal y aspas) de madera.

Compleja maquinaria

Los avances o perfeccionamientos de la compleja máquina de ingeniería que componía un molino iban produciéndose paulatinamente aplicando cambios en las distintas piezas y en los materiales que las conformaban siempre buscando un mejor rendimiento.

En la construcción de un molino, se conjugaban los conocimientos de diversos especialistas industriales de distintos oficios, como albañiles, carpinteros y herreros mecánicos, sin olvidar los sacrificados y arriesgados poceros, que a golpes de pico y barrena (manuella) y detonación de explosivos (barrobins) dinamitaban y perforaban la tierra hasta los acuíferos subterráneos que podía llegar a discurrir entre los 12 y 20 metros de profundidad.

Piedras del subsuelo

Precisamente, las mismas piedras que se extraían del subsuelo eran las que se empleaban para construir la torre del molino y el estanque.

De las diferentes partes y piezas que conformaban un molino, desde su torre a sus aspas, cola y sistema de extracción (cigüeñal, tisa, pistón y bomba) ofrece una detallada descripción el médico y escritor Nofre Pons, en su libro Les Venes del Món (Pessic-2003).

El molino se asienta sobre una torre, en sa Pobla de forma cilíndrica en su gran mayoría, de aproximadamente unos cuatro metros de altura por unos tres metros de diámetro.

La torre circundaba el pozo, previamente excavado, y en su interior se construía una escalera de media vuelta de caracol para acceder al tejado, desde donde se realizaban las delicadas y arriesgadas maniobras de extensión y recogimiento de las aspas (envalar i desenvelar el molí) para su funcionamiento o para dejarlo fuera de servicio.

Sobre la torre, se levantaba la maquinaria rotatoria, que accionaba el sistema de bombeo del pistón dentro de la bomba, succionando el agua para verterla en el estanque o bien directamente en el canalizado que la proporcionaba a los surcos de la tierra.

Uno de los molinos que aún se conservan en Campos. Las primeras infraestructuras datan de mediados del siglo diecinueve. T.O.

Del centro geométrico de la rueda (ramell) del molino, emergía en sentido horizontal el mástil que sostenía la estilizada cola, que a través de una cadena era manualmente orientada, según la dirección en que soplaba el viento.

En el extremo superior de la cola, solía colocarse una pequeña cruz de madera, según la leyenda, para proteger el molino de rayos y malos espíritus. Y cada año, por el día Sant Jaume, desde la misma cola ondeaba una bandera nacional en señal de fiesta.

Energía gratuita

El caudal de agua que extraía un molino dependía de la fuerza con que soplaba el viento y del diámetro y recorrido de la bomba extractora.

Una idea aproximada nos la da el doctor Joan Torres Gost en su libro La saga de l'Aigua (Miramar 1977) cuando cuenta que el industrial mecánico Pere Grau Eixut decía que un molino mediano, con bomba de 35 centímetros extraía aproximadamente unos 120 metros cúbicos de agua cada cinco horas de viento aprovechable al día.

Otros datos apuntan que, dependiendo de la profundidad del agua subterránea, podían extraerse entre los 35 mil y 40 mil litros por hora.

Una de las ventajas importantes de los molinos extractores de agua era el coste cero de la energía empleada, el viento, y su nula contaminación del medio ambiente.

Fue a partir de la segunda década del pasado siglo, cuando se produjo la gran eclosión en la instalación de molinos a lo largo y ancho de la geografía rural del municipio pobler, especialmente en los terrenos más próximos a la Albufera, que se veían favorecidos por los vientos idóneos para su correcto funcionamiento.

Datos significativos de dicha progresión son que el año 1911, el taller de herrería de Jaume Gelabert había instalado 143 molinos, mientras en 1917 se contabilizaban un total de 340 molinos de viento con bomba de pistón esparcidos por las marjales pobleres.

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