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Sant Juníper Serra

La obra ingente del diminuto fraile cojo

La vida del Pare Serra estuvo plagada de adversidades vencidas a fuerza de entereza, resistencia, liderazgo y organización

La obra engrandece y tapa al mismo tiempo al personaje. Miquel Josep Serra Ferrer, el enjuto -una condición física que le acompañará toda la vida- niño nacido en el humilde Barracar de Petra de 1713, será aclamado el miércoles por la Iglesia Católica como San Juníper Serra. Sus méritos: haber llevado la evangelización a California, estructurado una organización humana con una quincena de misiones entre el estado norteamericano y Méjico y ser hoy en día objeto de reconocimiento y devoción pública, sobre todo en la tierra que colonizó y expandió la fe católica y no tanto en su Mallorca natal que, en este aspecto, siempre va a remolque de lo que ocurre en América. O de cuanto emana del Vaticano.

La vida y obra de Juníper Serra está estudiada y reconocida en California. Queda sin embargo profundizar en los antecedentes y en la etapa mallorquina, todavía llena de interrogantes, del padre de la patria del siempre próspero estado norteamericano.

Nada fue fácil para Juníper. Su vida se fraguó en una constante carrera de obstáculos superados sólo a fuerza de entereza moral, inteligencia, formación intelectual, espíritu franciscano y según sus biógrafos, liderazgo y gran capacidad de organización. Fue un fraile a contracorriente que sólo pudo entrar en los franciscanos de Petra por su apego al estudio y profesar en la orden cuando su provincial en Mallorca era otro petrer, Antoni Perelló. La debilidad física y los orígenes humildes de una familia de payeses no le ayudaban. La merma de salud también estuvo presente a lo largo del Camino Real, el recorrido de las misiones que fundó con un nutrido grupo de franciscanos mallorquines. Los indígenas le rebautizaron como el "Padre viejo", o el "fraile cojo", debido a la llaga que le produjo en una pierna una picadura al llegar a América, derivando en una cojera, y a veces una inmovilidad, que arrastró el resto de su vida.

Las incógnitas

Llama la atención que Juníper, dentro de su orden, sólo obtuviera el cargo temporal de bibliotecario del convento de Petra. Eso, a pesar de ostentar las cátedras de Filosofía y Teología en el Estudio General Luliano de Palma o de estar recorriendo los pueblos de Mallorca para predicar con fama de buen orador.

Para la leyenda queda la frase de un feligrés después de haberle escuchado: "dignas son sus palabras de ser grabadas con letras de oro". También sería interesante descifrar porqué sus patentes para desplazarse al Nuevo Mundo se pierden por dos veces en el claustro de Sant Francesc de Palma.

Pero, al final, se consumó la ruptura o, lo que viene a ser lo mismo, un proceso de maduración que le lleva de la cátedra a lo desconocido, de la celda conventual a la intemperie del peligro incierto. Su compañero, Lluís Jaume, de Sant Joan, fue martirizado por los indígenas. Juníper, con 36 años y una vida hecha en Mallorca, llega a América en 1749 y veinte años después comienza la vasta expansión de las ocho misiones de California que han acabado siendo la matriz de las principales ciudades del estado. Dicen que para fundarlas se inspiró en las capillas del convento de Sant Bernardí de Petra, pero resulta más lógico pensar que es simple coincidencia con las advocaciones propias de los Franciscanos Menores. Al final, cada uno acaba venerando y promocionando a sus propios santos.

Antes de la gran etapa californiana hubo el despliegue de la mejicana. Serra, al llegar a las Indias, se formó en el colegio de misioneros de San Fernando, en Méjico, del que después llegó a ser presidente y estableció las misiones de Sierra Gorda de entre las cuales destaca lo que hoy es Jalpán de Serra. La etapa de la Alta California, de la mano del virrey José de Gálvez y el catalán Gaspar de Portolá como gobernador militar, comenzó a adquirir cuerpo a partir de 1769 con el establecimiento de San Diego de Alcalá. Después llegarían, de forma escalonada, San Carlos Borroneo en Monterrey, San Antonio de Padua, San Gabriel Arcángel, San Luis Obispo, San Francisco, con la presencia imprescindible del palmesano Francesc Palou, San Juan Capistrano, Santa Clara de Asís y, por último, San Buenaventura y Santa Bárbara en 1782. Juníper murió en Monterrey dos años después, en 1784, y sus restos reposan en la cercana misión de Carmel.

Cualquier expansión evangelizadora de la época era impensable sin el patrocinio de la Corona. Quizás por eso, el catedrático de Historia de la Autónoma de Barcelona, Carlos Martínez, decía el otro día que el Rey de España "era el verdadero Papa de América". Eso también explica la organización y estructura de las misiones, con unos "presidios"cuyo concepto no tiene nada que ver con la acepción actual del término, sino que responden más bien al recinto militar de agrupación humana y cívica.

Este era también el punto de partida de las misiones y de la formación religiosa. No sin problemas. Basta recordar la revuelta de los indígenas y la quema de San Diego en 1775.

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