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Memoria de Calvià

Las voces inéditas de la 'possessió' de Galatzó

Ganaban 200 pesetas al mes y algunos andaban horas para ir y volver del trabajo - Antiguos trabajadores de la finca recuerdan sus vivencias en el siglo pasado

Por lo general, la finca pública de Galatzó (es Capdellà, Calvià) se ha dado a conocer desde la óptica de historiadores -hay documentados yacimientos desde época talayótica-, de novelistas -las andanzas del Comte Mal aportan mucho material-, de científicos -el astrónomo francés Francesc Aragó, que tuvo que abandonar la possessió en plena vorágine antinapoleónica-, de políticos -la finca pasó a ser pública en 2006-, de visitantes ilustres -el Arxiduc dejó constancia gráfica de la zona en sus dibujos-, entre otros testimonios.

En cambio, no se sabe tanto de los que hundieron sus manos en sus tierras, de los que se encaramaron para recoger almendras o de los que acarrearon piedras para hacer sus marges. Ellos no pasaron a los libros de historia, aunque fueron claves para construir la historia que nos ha llegado de Galatzó. Son las personas que trabajaron en la possessió en su última etapa de esplendor, a mediados del siglo pasado, y en adelante hasta su adquisición por el Ayuntamiento.

Sus testimonios se incluyen en un trabajo emprendido por el departamento municipal de Cultura, dirigido por Catalina Caldentey, en el marco de la colección 'Memòria de Calvià'. El encuentro con antiguos trabajadores de Galatzó se celebró hace unos meses y participaron nueve personas: Joan Capllonch, Biel Capllonch, Jaume Palmer, Miquel Llabrés, Pere Ribot, Tomeu Mas, Catalina Martorell, Maria Martorell y Onofre Martorell.

Un centenar de empleados

Hasta la llegada del boom turístico, la propiedad mantuvo un importante pulso económico. Estos trabajadores, en este sentido, recuerdan que, a mediados del siglo veinte, si se contaba todo el personal que se empleaba en la finca la cifra resultante podía sumar un centenar de personas.

Había missatges, que vivían todo el año en la finca, y jornaleros, que iban y venían cada día. Generalmente de localidades vecinas, como es Capdellà o Galilea. Había collidores. Y un carpintero y tres albañiles y un jardinero y dos o tres margers y dos pastores y un muler y un vaquer.

Así lo explicaron estos antiguos trabajadores, que llegaron a estar contratados por uno de los propietarios de Galatzó más conocidos: el vasco Victorio Luzuriaga. Cuando venía a Mallorca, veraneaba en su chalé de Cas Català, pero un par de veces por semana se desplazaba hasta la finca, donde podía llegar a dar órdenes sobre cuestiones como el tamaño de las patatas.

"Sembrábamos patatas y las más grandes debían ser de cinco centímetros. Como una uña, pequeñas. Pensábamos que era una lástima, pero el señor era el que mandaba", recuerda Tomeu Mas, quien trabajó en la possessió entre 1958 y 1962.

Eran, rememora, unos años de mucho trabajo. Labrar, sembrar, recoger. Ése era, y es, el ciclo perpetuo del campo. Una rutina que, en aquellos tiempos, a veces se rompía con anécdotas, como la llegada de un gran cerdo blanco que Luzuriaga hizo traer desde la península y que dio lugar a una nueva saga porcina en la finca. O la llegada de un toro. Un semental de más de 1.400 kilos, que pronto se convirtió en el morador más temido de Galatzó, por encima de las tenebrosas leyendas del Comte Mal aullando en la noche.

Sueldos de 200 pesetas al mes y jóvenes trabajando

Los antiguos trabajadores explicaron en la convocatoria organizada por el departamento municipal de Cultura y la gerencia de la finca que los sueldos variaban en función del género. A mediados del siglo pasado, los hombres cobraban unas 200 pesetas al mes (1,20 euros, aproximadamente). Mientras, las mujeres y los niños percibían unas 125 pesetas mensuales (algo menos de 80 céntimos). Por aquel entonces, no era sorprendente que hubiera menores trabajando en la finca. Jaume Palmer, conocido entre los suyos como Jaimito, fue uno de ellos. Estuvo en Galatzó entre los 13 y los 16 años. "Es que no había nada más", cuenta. Quedaban aún algunos años hasta que el turismo irrumpiese en la economía de Calvià atrayendo mano de obra a mansalva. En esa época, apenas el 18% de la población calvianera vivía en la costa, informa el área de Cultura en su blog. Palmer apunta que hacía lo que le mandaban. Uno de los recuerdos vívidos que conserva es el de un día que dormía en una dependencia en el claustro de la possessió: había tantas pulgas que las veía saltar entre las sábanas.

Las relaciones familiares eran una constante

Entre los empleados que había en Galatzó, eran habituales las relaciones de parentesco. Como la que unía a las primas Maria y Catalina Martorell. Vivían en Galilea. Se despertaban al amanecer y tardaban una hora caminando en llegar al trabajo. Eran collidores. Participaban , por ejemplo, en la temporada de olives. Pese a estar trabajando durante toda la jornada, cuando volvían a casa aún tenían ánimo para divertirse. "Muchas veces íbamos a bailar. Me limpiaba, cenaba y me iba a bailar boleros", señala Catalina. En la finca, comían sopas mallorquinas, faves y un buen plato de frit de vez en cuando, recuerda, por su parte, Miquel Llabrés, otro ex trabajador.

A algunos como Pere Ribot, les hacía falta coger fuerzas. Al ejercer de pastor, tenía que andar mucho. "¡Todavía tengo las piernas duras como piedras!", bromea. Salía por la mañana y se solía llevar unas verduras para hacerse una sopa en un alto de su larga jornada, aprovechando el refugio que le daba una barraca en sa Coma d'en Vidal.

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