­Los focos de las televisiones se han apagado. Los neones no parpadean. El maquillaje de los presentadores estrella se ha guardado en un cajón. Los titulares de prensa en grandes caracteres sólo están en la hemeroteca. Los actores principales y los extras -unas decenas de actores y miles de extras- han vuelto a sus casas. Las bailarinas han bajado de los table dance. Da la sensación de que un director haya gritado "Corten" y, a continuación, haya salido el rótulo de "Fin".

En esta época del año, la calle más polémica de Balears, y quizá de España, se parece a un gran plató abandonado después de que se haya acabado de rodar la misma película anual, con la temática de siempre: un bucle de jaleo, alcohol y drogas, con un final siempre abierto a interpretaciones.

Los escenarios, eso sí, siguen en pie. No son de cartón piedra, como los de esos grandes estudios cinematográficos del siglo pasado donde se rodaban superproducciones de romanos, aunque transmiten la misma sensación de irrealidad vistos desde cerca.

Desde una pared, el dibujo de un vikingo beodo y con faldilla saluda con el brazo en alto sosteniendo una copa de aguardiente, mientras a pocos metros un cartel de un sonriente "hombre-bongo" invita a la fiesta más rítmica. A decir verdad, no saludan ni invitan a nadie, porque, en pleno noviembre, cuesta encontrar rastros de presencia humana en la calle que durante el verano reúne por la noche a la mayor aglomeración humana de la Comunidad.

Poca actividad

En esa calma, sólo se oye hoy a los pájaros y algún lamento aislado de los pocos negocios que están abiertos en Punta Ballena. Apenas dos bares pequeños. En uno de ellos, hay un cliente acodado que habla en voz alta, y en el otro, que está justo al lado, no se ve a nadie. Hay también un estanco abierto. Una tienda de zapatos. Una licorería-supermercado.

En el ojo del huracán

"¡Menos mal que tengo la televisión, porque, si no, me muero!", suspira una dependienta acosada por el tedio. En la televisión emiten una serie, pero ninguno de los múltiples programas de televisión (Geordie Shore, La Caja de Cuatro, La verdad sobre Magaluf de la BBC, Magaluf Weekender de la cadena ITV...) que han centrado su foco en Punta Ballena y a los que el tejido empresarial echa a veces la culpa de que la zona siempre esté en el ojo del huracán desde el punto de vista mediático.

La dependienta mira hacia la calle y no pasa nadie. "Yo, la verdad, esto tan desértico no lo he visto jamás. Es que ya no traen ni al Imserso", dice. "Y sé de lo que hablo. Llevo aquí toda la vida", concluye. Mira de nuevo a la calle y, ahora sí, pasan dos jóvenes. "En Mallorca mandan los touroperadores y los hoteles.

Traen gente cuando les da la gana. Y Mallorca es una isla para turistas, desde siempre", protesta.

Cuando se le pide su nombre para incluirlo en el reportaje, responde: "No, no, no", corroborando ese miedo que siempre muestra la gente de la zona a identificarse ante los medios. Tampoco se identifica una señora que baja fumando por Punta Ballena y que dice trabajar en verano en un supermercado.

Cuando se le pregunta si la tranquilidad de la zona no es bienvenida después de un verano tan convulso, responde, directa: "La tranquilidad está bien, ¡pero tanta no!".

La frase

"Yo, la verdad, esto tan desértico no lo había visto nunca. Sé de lo que hablo, porque llevo aquí toda la vida. Ya no traen ni al Imserso" dependienta de Punta ballena