El mal tiempo ofreció una tregua a los pollencins, que pudieron dejar el paraguas en casa para disfrutar sin estorbos de una de sus ferias más emblemáticas. La jornada del domingo comenzaba a las 10,30 horas de la mañana, con la recepción de las autoridades de la localidad en la plaza del Monumento, para recorrer después el recinto ferial en comitiva. A partir de ese momento, los visitantes podían disfrutar de toda una serie de exposiciones y actos que fueron desarrollándose a lo largo de toda la mañana.

El Casal de Can Llobera abrió sus puertas a todos los visitantes, mostrando, no solo la biblioteca y el archivo ubicados en su interior, sino también la casa-museo, que transportó a los congregados a siglos pasados. Así, no fueron pocos los que se sentaron en los majestuosos muebles para tomarse una anacrónica fotografía. Al lado del casal de Can Llobera, en la plaza Vella, tenía lugar la sesión fotográfica "Mira, mira el padrins" donde abuelos hacían cola junto a sus nietos para tomarse una fotografía profesional que perdure en el recuerdo durante muchos años.

Los protagonistas de la diada, los artesanos, se dieron cita en torno al claustro de Santo Domingo, en cuyas dependencias exponían sus trabajos, como peluches que simulaban ser las más elaboradas piezas de taxidermia o portavelas fabricados a partir de tocones de madera. En el centro, diferentes músicos se encargaron de amenizar el paseo a los visitantes.

Maqueta

En el interior de la iglesia se había colocado la maqueta de una vivienda moderna. Las estancias se encontraban marcadas en el suelo, pero cada una de ellas estaba decorada por un objeto artesanal diferente, que servía al público para identificar en qué punto de la vivienda se encontraban. Las piezas estaban hechas de materiales muy diversos y lucían a la ténue luz de la iglesia de Santo Domingo

La plaza del monumento y sus cercanías continuaban con el espíritu más artesano del recorrido, donde se vendían figuras de barro, greixoneres, senalles e incluso tenía lugar una degustación de cervezas artesanales de las islas.

Sin embargo, tal y como ya vaticinaba el símbolo de este año, la llave, la feria fue una simbiosis entre tradición y modernidad. Y es que, por ejemplo, en la calle Jaume I se dieron cita los amantes del motor, que asistieron a la exhibición de trial Pollença. La asociación de cetrería de las islas también ofreció una muestra de aves, incluyendo, además, talleres para enseñar a los más pequeños cómo diferenciar las rapaces.