"Cuando llegamos a Nueva York, yo tenía 13 años, y estuve como soñando durante tres meses; fue un impacto muy grande ver aquellos edificios tan altos y los coches tan largos que había en América". Tomeu Bennàssar, un taxista jubilado de 76 años nacido en Sencelles que hoy reside en su casa familiar de Lloret, muestra varios álbumes repletos de recuerdos de su etapa como emigrante en la Gran Manzana, concretamente en la ciudad de Newburgh, ubicada a unas sesenta millas del centro de la gran urbe norteamericana, donde un familiar regentaba un restaurante que durante unos años fue el centro de reunión de los mallorquines residentes en la ciudad de los rascacielos.

La aventura americana de Tomeu tuvo su germen cuando el hermano de su abuelo, que era el ´amo´ de la ´possessió´ de Biniagual, se marchó a Argentina, desde donde llegó a Miami y finalmente al citado distrito de Newburh, donde empezó a trabajar en un restaurante. "Era una de las ciudades más prósperas de Estados Unidos y pionera en muchos aspectos; fueron los primeros en tener electricidad en las calles...aunque a partir de los años 60 creció demasiad0 y ya no fue lo mismo", explica Tomeu. Su familiar acabó comprando el restaurante por 25.000 dólares y necesitaba empleados para que el negocio fuera rentable.

Y aquí empezó la aventura. El padre de Tomeu, panadero de profesión, a quien él define como un "trotamundos algo vividor", era el jefe local de la Falange de Sencelles, y por una serie de problemas con la cúpula de Mallorca, decidió probar fortuna en las Américas y decidió llevarse a su familia. Era el año 1953 cuando cruzaron el Atlántico en barco para llegar a la Gran Manzana, un mundo radicalmente diferente al vivido hasta la fecha en el tranquilo Pla de Mallorca.

Su hermano, tres años mayor que él, empezó a trabajar en una fábrica de Ford, mientras que Tomeu se dedicaba a limpiar los platos del restaurante familiar. Había un problema: no sabía hablar inglés. Por eso, le matricularon en una escuela con niños menores que él para que se familiarizara con el idioma anglosajón. "Nunca nos sentimos discriminados por ser extranjeros, además me hice muy amigo de un chico negro que me protegía", recuerda.

Reunión de mallorquines

El Hahn´s, el restaurante de Newburgh, "uno de los mejores de la ciudad", era un lugar habitual de reunión de mallorquines que vivían en Nueva York, y era frecuente que, al menos un día a la semana, se cocinaran paellas para un reducido grupo de comensales isleños. También tenían sobrasada, pero para consumo propio, "al igual que la cazalla". No llegó a anunciarse en la carta del local, en el que básicamente se servía comida internacional. "Recuerdo una vez que mi padre pasó en la aduana una maleta con diez kilos de sobrasada dentro, dando algo al funcionario".

Sin embargo, los tiempos del restaurante no durarían mucho más. Tomeu se desplazó junto a su familia a Mallorca para pasar unas vacaciones de tres meses. Durante este tiempo, su familiar vendió la mitad del restaurante a otro socio, "pensando que no regresaríamos a Newsburgh".

Estaba equivocado. La familia de Tomeu volvió a Norteamérica, pero no para quedarse. "En aquellos tiempos surgió el conflicto de Vietnam y nos avisaron de que el gobierno norteamericano empezaba a reclutar primero a los negros y a los inmigrantes". Tomeu tenía entonces 17 años y su hermano, con 21 años, tenía todos los números para ser alistado en dirección a la cruel guerra que perderían los Estados Unidos.

Por ello, la familia mallorquina solo permaneció siete meses más en tierras norteamericanas antes de regresar definitivamente a Mallorca, donde Tomeu empezó a ganarse la vida como taxista, profesión que ha ejercido durante unos cuarenta años y en la que ha vivido anécdotas suficientes como para escribir un libro. Era el año 1959.

Hace pocos años, Tomeu Bennàssar llevó a su familia a Nueva York para recorrer los mismos escenarios que conoció en su juventud. "Fuimos a Newburgh y la verdad es aquello parece Son Gotleu; la ciudad tiene más delincuencia que la propia Nueva York". Evidentemente, fue a visitar el restaurante en el que había trabajado. "Ya no queda nada, ahora es un local con un nombre diferente y parece bastante descuidado", lamenta. También quedó sosprendido de la "degradación" que vio en la gran ciudad. "Todo estaba muy cambiado, el metro estaba más limpio antes que ahora". Una de sus mayores decepciones fue el atentado del 11-S.