Las fiestas de Sant Antoni de Padua, son las de la barriada del convento de Sant Bonaventura de Artà. Unas celebraciones ligadas a la congregación religiosa de los Franciscanos de la tercera orden regular (TOR), presentes desde hace tiempo en la villa artanenca.

Cada año, llegado el mes de junio, Sant Antoni dels albercocs despierta el barrio con las danzas ancestrales dels Cavallets o la tómbola popular, los dos actos característicos, que no serían posible sin la colaboración de algunas personas: entres ellas Antònia Cursach, con más de 40 años de colaboración, Joanaina Massanet, con treinta y Bàrbara Ginard, con dos décadas a sus espaldas.

Ellas son las que preparan cada año la tradicional tómbola, que según cuentan, se creó hace más de sesenta años para ayudar a la congregación franciscana. Cada año recogen los donativos de tiendas y particulares para poder montarla en el claustro.

Rifa que permanecerá a su cargo durante todas las fiestas y en la que destacan sus particulares regalos como los tapetes o mantelerías elaboradas a mano. Pero si hay un regalo que todos los niños quieren conseguir, esos son los pollitos. La idea fue del Padre Oliver que en un principio los traía de Palma. Ahora los franciscanos los adquieren en una granja de Porreres. Ellas reconocen que preparar la tómbola estos días "lleva trabajo, pero después de tantos años una ya sabe cómo va todo y no cuesta tanto", dice Antònia.

Al preguntarles como eran los festejos décadas atrás, recuerdan que la fiesta era muy participativa, bastante más que actualmente. Joanaina, apunta: "yo cuando llegaba a casa, después de trabajar, estaba avergonzada de pasar ante tanta gente". Bàrbara aún recuerda cómo iba con un carrito a recoger los tiestos de hortensias que les prestaban y que servían para adornar la capilla del santo.

Otro acto con relevancia en los festejos era lo que popularmente es conocido como la gimnasia, donde los alumnos de Sant Bonaventura realizaban una exhibición que ahora "se ha convertido más bien un festival de bailes".

Este año con la llegada de Fray Pere Vallespir los festejos han sufrido algunos cambios, "ha girat de damunt davall", como el hecho de sacar el santo a la calle con los Cavallets recuperando un antigua tradición. Esto ha gustado a unos y desencantado a otros, que consideran que el santo no debe salir de la capilla. Al preguntarles por el futuro de la fiesta, ante la escasez de vocaciones que padece la congregación y ante una futura marcha de los franciscanos de Artà, no se atreven a opinar, aunque Antònia sí advierte que sin los religiosos no habrá fiesta.

También ha habido tiempo para curiosidades: un día el marido de Antònia, que llegó a la tómbola fuera del horario, se encontró con unos ladrones que pretendían hurtar en el convento, su llegada inesperada desbarató el robo. O las pataletas de los más pequeños ante la imposibilidad de conseguir su pollito o hacerse con el regalo deseado. Aunque para ellas lo mejor es el tiempo que pasan juntas organizando y preparando la rifa.