Hace días que una campaña de publicidad nos anima a visitar Raixa y nos recuerda que se trata de una de las posesiones más bellas de Mallorca, si no la más bella. Yo fui hace algún tiempo y salí escandalizado del desastre de restauración cometido contra o sobre ella. Protesté a una señorita que allí estaba en representación de alguna autoridad y le aseguré que, si de mí dependiera, retiraría el título al arquitecto que la perpetró. Una inicua comprensión de lo que es o debería ser la fusión de estilos, lo renacentista con lo ultramoderno, que resultaba en lámparas metálicas de foco instaladas en el techo de la balconada principal, un espantoso ascensor también metálico que es ofensivo para la vista desde una de las estancias principales, un patio interior alterado de tal modo que nada queda de la armonía inicial del edificio... en fin, el cuento de nunca acabar: una restauración completamente fallida. Estoy seguro de que los arquitectos pensaban en el ejemplo de la pirámide de Li Pei en el centro del patio del Louvre. Pues no. La señorita en cuestión me dijo, lamentándolo, que el dinero había sido escaso y que, por el momento, se había agotado, por lo que la obras no estaban completas. Entonces recordé que Raixa había sido objeto de uno de los peores desastres xenófobos imaginables. En efecto, una diseñadora alemana, Jill Sander, había ofrecido tres cosas: comprar la finca por un precio que aceptaban los vendedores (no recuerdo bien, pero me parece que andaba por los 2.000 millones de pesetas); restaurarla por completo con absoluto respeto por el diseño y estructura originales; y disfrutarla hasta su muerte, momento en que la donaría a los mallorquines, que no pagarían ni un céntimo por ello. Pero, amigo, en un malhadado ejemplo de estulticia, intervino el Consell de Mallorca asegurando que no debía permitirse que la finca fuera a parar a manos extranjeras (solemne crimen, como si la señora Sander se la fuera a llevar en avión). El Consell junto con el Ministerio de Medio Ambiente, ejerció el derecho de retracto y compró Raixa, pagó un disparate por ella... y se le acabó el dinero indispensable para acometer una restauración completa, que encima encomendaron a un arquitecto de ideas confusas. Y así estamos.