Esta es la historia del turista suizo que puso en jaque al Consell de Mallorca. Es la moraleja de Rupert Spillmann, un doctor de mediana edad metido a arqueólogo, quien armado con un simple detector de metales, campó a sus anchas por el interior del castillo felanitxer de Santueri desde 1997 hasta 2001, sin que la administración, conocedora en teoría de sus actividades, le impidiera en ningún momento no solo que excavara, sino que se llevara después más de mil piezas (sobre todo monedad) vándalas, romanas y bizantinas, para que fueran estudiadas parcialmente por una universidad alemana. Un cúmulo de errores y miradas hacia otro lado que destaparon las enormes carencias del control patrimonial isleño.

Fue la prensa quien en 2002 destapó el presunto expolio. Puesto en evidencia, el Consell no tuvo más remedio que actuar y enviar finalmente el turbio asunto ante la Justicia. Afortunadamente, Spillmann (que fue absuelto al no probarse que hubiera lucro) decidió devolver seis cajas repletas de material de Santueri. El 20 de febrero de ese mismo año la consellera insular, Maria Antònia Vadell, mostró las piezas recuperadas ante las cámaras y anunció una gran exposición en la Misericòrdia para que los mallorquines admiraran una parte de su historia. Pero no fue así.

Ahora, tras dos años de reforma del Museu de Mallorca, que deberían desembocar en la reapertura a finales de 2014, su directora Joana Maria Palou, anuncia que en 2015 "algunas de las piezas de Santueri entrarán a formar parte del discurso arqueológico", aunque matiza que "no todas. Hay trozos de metal que no ayudan a explicar casi nada y tampoco vamos a exponer 300 monedas casi iguales, pero está claro que hay material valioso que servirá".

Aunque también advierte que lo que contengan las dos plantas dedicadas a la sección de Arqueología, "dependerá de la valoración económica que haga y que lo que permita el Ministerio de Cultura. Nosotros lo que hacemos y lo que es responsabilidad nuestra, es detallar cómo lo queremos, el discurso, la piezas, los ámbitos o los textos", un plan museográfico que podría estar activo y visitable dentro de un año.

Pero, ¿cómo logró Rupert ´colarse´ en Santueri y extraer material histórico sin apenas control?. Ciertamente es difícil de explicar. El doctor Spillmann era un veraneante asiduo de Mallorca desde 1977, y, como él mismo reconocía en una entrevista tras su absolución "un arqueólogo de corazón". Eso fue lo que le llevó al castillo de Felanitx. Era 1996 o 1997 (ni el Consell ni el propio suizo saben concretarlo) cuando activó su detector de metales, "que en esos años no estaban legalmente prohibidos", puntualiza Palou, a 423 metros sobre el nivel del mar.

Según su versión, y la defendida posteriormente por el Consell, la intervención y los hallazgos fueron superficiales, "cuando encontré la primera moneda de oro bizantina llamé al Museu de Mallorca, pero me dijeron que no era competencia suya", dijo Spillmann. Todavía se desconoce de qué manera consiguió que la administración insular le concediera permiso verbal para continuar. Una permisividad que, a la vista de los resultados, destapó una falta de vigilancia alarmante y poco control sobre sus sistemas de prospección.

Spillmann llegó a conseguir, otra vez sin ningún papel acreditativo, que arqueólogos del Consell le permitieran llevarse a la universidad alemana de Tubinga, monedas romanas, árabes o bizantinas, (de las que se editaría después un detallado estudio) con la condición de que devolviera el material limpio. Entre los otros elementos, encontró fragmentos de cerámica y vidrios y restos de agujas. Hasta unos plomos denominados 'molivdóvulas' que servían para garantizar la autenticidad de un documento en época bizantina y que demostrarían la presencia de una autoridad