La Escola de Mallorquí de Manacor cumple cuatro décadas. Cuarenta años de una historia peculiar, de la única escuela municipal de estas características que queda en Mallorca. Un relato de (su)pervivencia y amor a un proyecto, que empezó casi en la clandestinidad y que se ha acabado asentando como una oferta cultural de referencia.

Pero que nadie se lleve a engaños, pese a que su nombre pueda evocar a ciertos folclorismos, aquí no hay gramáticas ni ortografías inventadas ni una voluntad de segregación con la lengua catalana: "Suele pasar, en nuestra página de facebook, hay gente que nos da la enhorabuena porque creen en algo que no es. El nombre se mantiene más por una cuestión romántica; no hay ninguna duda de que enseñamos el catalán", explica la que fuera directora de la Escola hasta hace dos años y es actual responsable del Servei Lingüístic del ayuntamiento de Manacor, Bel Andreu.

Fue el propio Francesc de Borja Moll quién recomendó tanto al Consistorio de 1973 como a sus ideólogos, Gabriel Barceló y Josep Maria Salom, que no utilizaran la palabra català por el temor a que el proyecto no pasara el corte de la dictadura franquista.

Pero aunque se hable de principios de los setenta como arranque, el germen nació unos años antes. Gabriel Barceló (quien después sería el primer director y profesor del centro) trabajaba en el colegio Ramon Llull dando clases de dibujo técnico. De manera velada, en vez de apurar toda la hora entre escuadras y cartabones, dejaba un subterfugio para enseñar el catalán entre sus alumnos, siempre atentos para aprender aquello que sabían hablar pero que muchos no sabían expresar en un papel. Barceló lo había conocido con las Rondalles Mallorquines y después lo había perfeccionado de forma autodidacta pero con interés. Una práctica que casi le cuesta el puesto de trabajo cuando un inspector de Barcelona le pilló en un descuido. Afortunadamente el hombre, incluso emocionado, no informó nunca de lo sucedido.

De la eclosión al susto

La falta de una regulación en los estudios de la lengua y la ´fiebre´ manacorina por conocer lo negado durante décadas, llevó a Barceló y Salom a proponer al concejal Josep Maria Fuster la instauración de un centro de enseñanza municipal. Dicho y (prácticamente) hecho: en octubre de 1973 empezaban las clases de catalán con 38 alumnos en un piso de la calle Pere Llull, alquilado y compartido con los ensayos de la Banda de Música.

El crecimiento fue constante. Si en 1974 ya estaban matriculados 93 alumnos, en el 75 eran 374 y en 1976 hasta 1.290. Aunque el récord se logra durante el curso 1978-79 cuando 2.867 alumnos locales reciben clases de catalán impartidas por profesores de la Escola, muchos de ellos también maestros en las aulas de los colegios públicos y privados del municipio.

Pero tan solo unos meses después la Escola de Mallorquí casi muere de éxito. Se acababan de celebrar las primeras elecciones democráticas tras la muerte del caudillo y los profesores del Patronat escenificaron un gesto que casi esfuma lo conseguido: deciden, entendiendo que han sido digitados en tiempos preconstitucionales, poner su cargo de disposición del nuevo Ayuntamiento. El concejal de Cultura en aquellos momentos lo entendió como una ofensa, y no solo aceptó la renuncia sino que planteó la disolución de la Escola. Solo la intervención del alcalde, Llorenç Mas y la ayuda de un notario que dio fe de que no se habían entregado aún las actas, pudieron salvar los muebles.

Pero la lluvia cae y tras pasar por diversas sedes, entre ellas la Torre de ses Puntes o el antiguo cuartel militar, todo pareció asentarse. En 1982 se había creado una sección de ball de bot y en 1990, nueve años después de su recuperación, los Cossiers pasan también a integrarse dentro de la Escola. Se instaura el Reconeixement de Mèrits, un premio anual que desde entonces distingue a aquellos que han defendido y amplificado la cultura propia: entre ellos Guillem d´Efak, Joan Bibiloni, Antoni Riera o el actor Toni Gomila.

En 2010 y después de ochos años sin sede propia (el cuartel dels Sementals es demolido por su falta de seguridad), el Ayuntamiento habilita el Molí den Beió, una antigua harinera del siglo XVIII como espacio permanente. Y llega el segundo boom: más de 800 matrículas para las distintas ofertas, más de 500 de ellas para aprender catalán. "Digamos que el interés se diversificó, además del personal por aprender la lengua se unió el profesional", señala la actual directora, Emma Terés. Fue cuando la crisis dejó espacio para prepararse y muchos lo administraron para obtener el certificado C de catalán, requisito entonces para ser funcionario en Balears.

La nueva Escola

Y de nuevo el susto. La degradación de la lengua por parte del Govern Bauzá, unido a la convalidación del nivel de catalán con el que los alumnos salen de bachiller, hicieron que en un curso las matriculas bajaran más de un 50%. "Hay muy pocas personas que no hayan ido o estado relacionadas con la Escola de Mallorquí durante estos 40 años, es algo que sentimos. Si desprestigias una lengua es porque no la valoras, por eso tiene ahora más valor que nunca", dice la concejal y presidenta del Patronat, Catalina Riera. De hecho este curso cuenta con un presupuesto de casi 57.000 euros y el abanico de ofertas más completo desde su instauración. "Queremos abrirnos al resto de municipios de Mallorca, aquí también tienen su escuela".

Tres aulas de estudio: la Antoni Maria Alcover, la Francesc de Borja Moll y la Ramon Llull, más otra de baile, la Antoni Fai, para cursos monográficos sobre Sant Antoni, la enseñanza de las danzas rituales entre los más pequeños, el programa Comprendre per Aprendre, enfocado a mejorar la comprensión lectora o el concurso iniciado el año pasado, La Garangola, con escuelas participantes de diversos municipios mallorquines. "Además ofrecemos desde octubre a febrero un total de siete cursos cuatrimestrales de catalán, algunos incluso son semipresenciales una vez por semana para ayudar al alumno que no pueda venir a todas la clases", explica Terés.