Una chica entra en el forn Cas Currot de Esporles. Lleva una camiseta verde en defensa de la educación pública. Dice: "Bon dia", con una sonrisa, y se dirige a un expositor al que se queda mirando, fijamente. Su expresión cambia. No puede reprimirse. "¡Nunca más podré volver a comerme estos pasteles! ¡Nunca!", exclama, mientras gimotea, medio en broma, pero con un fondo de verdad en sus palabras.

La chica busca apoyo moral en esos momentos tan díficiles para ella. Lo encuentra en el gesto de asentimiento de otro cliente que espera delante del mostrador. "Y qué me dices de los ´llonguets´...", le dice el hombre a la joven.

La escena es sólo una muestra del particular duelo que vive Esporles en los últimos días. El cierre del célebre forn de Cas Currot, tras casi un siglo de vida, deja a su clientela -muy numerosa en el pueblo- huérfana de su pa pagès, de sus llonguets, de sus ensaimadas y de sus pasteles dominicales.

"Es una pena, pero es que a mi edad ya...", afirma Josep Matas mientras apura sus últimas horas de trabajo en el horno de la panadería. Él es uno de los cuatro hermanos que lleva el negocio abierto "hace más de 90 años" por su abuelo, Josep Matas, y que continuó su padre, Jaume.

La crisis que todo lo puede y todo lo estrangula unida a la reducción de márgenes de beneficio por la competencia imparable de la bollería industrial han hecho el resto. Junto a Josep, ponen el punto y final a esta trayectoria comercial sus hermanos Joan, Maria y Catalina.

Muestras de agradecimiento

Catalina atiende en el mostrador a los clientes junto a su hermana. Mientras lo hace, explica: "Claro que nos da pena cerrar. Aquí hemos nacido y aquí hemos trabajado los cuatro hermanos". Sus hermanos y ella agradecen las muestras de afecto que les han transmitido los esporlerins desde que tuvieron conocimiento del cierre. "El otro día me puse a llorar cuando dos niñas pequeñas me abrazaron", relata Catalina, quien recuerda que ha habida generaciones enteras de esporlerins -de abuelos a nietos- que han comprado en Cas Currot. Unos clientes que ayer llenaban el establecimiento. Para hacer más llevadera la espera, hay unas sillas que son uno de los rasgos distintivos del local. También hay prensa, como si de una peluquería o una consulta de dentista se tratase. "Aquí, paciencia. No somos de mirar el reloj", dice riendo Catalina. Cuando se le pregunta a Josep Matas cuál es el secreto del éxito de sus productos, responde con sencillez: "El único secreto es que lo hacemos como se hacía hace 100 años". "En estos años, estamos satisfechos de haberlo dado todo. Siempre hemos sido sinceros con la gente y nunca hemos engañado", relata Josep. Para mañana, que será el último día de vida de Cas Currot, los hermanos Matas no prevén hacer nada especial: "Intentaremos que sea un día normal. El domingo suele ser un día de mucho trabajo", cuenta Catalina. A partir del lunes, aseguran, descansarán para alivio suyo, pero para desgracia del paladar de los esporlerins.