La promoción turística de la ciudad tiene un potente aliado con el que no contaba hace muy poco tiempo. Cada día, entre sus 400.000 habitantes, los visitantes del resto de la isla y los turistas que llegan por el puerto y el aeropuerto, Palma cuelga en la red social Instagram 37.700 fotografías de sus más variados rincones, registro que lógicamente se multiplica por cuatro en temporada alta.

Las imágenes de la ciudad se renuevan a diario a velocidad de vértigo y las contempla una audiencia potencial de 100 millones de usuarios de la red social en todo el mundo, que no sólo les dan un vistazo sino que en muchos casos incluso las evalúan y comentan. El fenómeno, al margen de la democratización de la fotografía que representa, es demasiado potente para no tenerlo en cuenta, demasiado global para minusvalorar su influencia, pese a su carácter de gran mosaico sin argumento. El hastag Palma o Palma de Mallorca de la red de Mark Zuckerberg transmite de forma masiva la imagen real de la ciudad al minuto. Si llueve, las calles aparecen mojadas y los ciudadanos despliegan sus paraguas. Si es de noche, la Catedral o el castillo de Bellver muestran sus siluetas iluminadas. Si hay huelga general, una marea humana recorre las calles con pancartas. Si Jaume Matas declara, surgen imágenes de la expectación en los juzgados, carteles con protestas contra la corrupción y algún perfil robado al expresident. Y si hace sol, la ciudad exhibe sus mejores rincones, la magia del barrio gótico y las playas, en vistas generales y al detalle. Instagram también subraya los cambios de estación en espectaculares paisajes, la escala local de los fenómenos globales, como todas las consecuencias de la crisis, y el rostro humano de los ciudadanos y sus expresiones. Nunca tantas imágenes de la ciudad habían viajado por el mundo sin palabras a esa velocidad. Las antiguas campañas de promoción parecen viejos carros compitiendo contra un Ferrari imparable.