Uno de los males más acuciantes de la sociedad mallorquina entre los siglos XV y XVII fue sin duda el de los bandejats (bandoleros), grupos de hombres que por diversos motivos, ya fuera por haber robado, asesinado o simplemente por pobreza, vivían apartados de la ley, lejos de los pueblos y sobreviviendo mediante hurtos y pequeños delitos. En caso de ser capturados, en muy pocas ocasiones lograban escapar de una condena a muerte. Las autoridades sólo lograron erradicar parcialmente el problema a partir del siglo XVIII, a finales del cual nació el manacorí Antoni Rosselló Parragó, el último líder bandejat de Mallorca, inmortalizado aún en topónimos y canciones.

Su historia, como la de tantos otros apartados del sistema, ya ha pasado a formar parte de la leyenda urbana en Manacor y sa Pobla (lugar en el que pasó la mayor parte de su vida delictiva), donde se le considera también como uno de los mayores ladrones de la isla. Así lo recuerdan los investigadores Albert Carvajal y Antoni Gomila en su último libro Així és Fartàritx. Menos seguro se muestra Antoni Pasqual en un estudio presentado en la postrera edición de las Jornades d´Estudis Local de Manacor. "Es difícil definir cuál fue exactamente el último. Si por bandejat entendemos a un hombre que ha cometido un delito y se encuentra prófugo, entonces todavía existen muchos y siempre los habrá".

A consecuencia de diversas causas menores, y siendo aún muy joven, Parragó tuvo que huir de manera precipitada de Manacor para instalarse lejos, en sa Pobla. Pronto reunió a otros delincuentes y formó una cuadrilla.

El golpe fatal

El tres de febrero de 1828, día de Sant Blai, la banda cometió el peor error: El robo de la Custòdia y el Vericle (recipiente de oro de forma circular simulando un sol, donde se guarda la hostia consagrada) de la propia iglesia de sa Pobla. Aprovechando la caída de la noche, entraron en el templo saltando la pared del cementerio. El rector, alertado por los rumores que indicaban la cercanía de ladrones, había ordenado días antes la retirada de las joyas de plata, dejando únicamente las piezas del Sagrario.

Cuando a la mañana siguiente, indignados, los poblers descubrieron la fechoría, pronto formaron diferentes grupos armados con el alcalde a la cabeza, para rastrear la zona de Son Sant Martí, donde se suponía estaba Rosselló y sus secuaces. "Si hubieran desvalijado al mayor de los nobles o robado un banco o incluso al rey, no hubieran sido tan perseguidos", señala Antoni Pasqual, "entonces el poder de la Iglesia sobre los feligreses era enorme. En cambio hoy pasaría al revés".

Nervioso, Parragó decidió huir hasta la zona del Coll des Vent, muy cerca de sa Roca de Castellet, lugar a unos cuatro kilómetros de Manacor (y que conocía a la perfección) y escondieron el botín en el Pou de sa Cabana, donde hasta hace unos años una placa describía los hechos.

Desde Palma, se publicaron bandos ofreciendo el perdón a los compañeros de robo que delataran el paradero de su líder y de las piezas robadas. Surgió efecto. Uno de ellos, Es Manco, acudió a la Justicia. Sin demora, las autoridades enviaron a la capital de Llevant un regimiento de soldados. Parragó se refugió entonces en una casa de la calle de sa Llum, en el histórico barrio de Fartàritx. Rodeado y sin salida, fue abatido de un tiro certero cuando intentaba su enésima huida.