Con todas las cautelas del mundo por delante, porque los estudios son todavía muy incipientes y porque las aguas –sobre todo en una isla abonada a la sobreexplotación– algunas veces producen reflejos de alucinación, la noticia de la existencia de bolsas de agua termal en distintos puntos de Mallorca, constituye toda una novedad que puede acabar teniendo efectos determinantes.

Superada la anécdota de aprovechamientos particulares para piscinas refinadas y termas ocasionales, es muy probable que Sant Joan de la Font Santa deje de tener la exclusiva mallorquina de los beneficios sanitarios de las aguas cargadas de temperatura y sulfatos. Deberemos cambiar el concepto mallorquín único de termas. Esto es positivo incluso para las instalaciones de Campos porque, si en un futuro inmediato debe competir con el vecino Llucmajor o los surtidores más distantes de Llucmajor, Costitx, Lloret o Puigpunyent, significa que de una vez por todas deberá regularse y potenciarse un sector que hasta ahora ha quedado sumergido en las profundidades de lo exótico y raro.

A través de los conductos subterráneos de las aguas termales, a lo mejor podemos comenzar a mojarnos y sanar la lánguida vitalidad de la imprescindible diversificación del sector turístico. Pero no sólo eso, porque la salud de la isla del monocultivo no será completa mientras no sea capaz de ver en las aguas termales un potencial capaz de generar recursos de explotación agrícola, piscifactorías o energías para calefacción y todo ello con sentido común y responsabilidad en el momento de manejar el grifo. Vamos, que en ningún supuesto podremos hacer con el agua termal lo que estamos haciendo cada día con el agua sobrecargada de nitratos porque, en este último caso, nuestro gozo quedaría, otra vez, ahogado en un pozo.