Atragantar con amenazas veladas, aunque sea con efecto retardado, la inofensiva y nada comercial fiesta de fin de año en un lugar como Sineu es, sobre todo, una expresión clara de lo impotente y caduca que se ha vuelto la SGAE. El monopolio y la advertencia de tono policial propia de otros tiempos, ya no son instrumentos válidos para velar por la los exigibles y legítimos derechos de quienes crean música, plástica, literatura o todo a la vez.

Que a estas alturas la SGAE pretenda colarse entre las campanadas de fin de año no es más que un estruendo de instrumental inoperante y oxidado que acentúa la mala imagen social de la entidad. Debería adecuar su tecnología a los tiempos de la reproducción inmediata y la difusión instantánea en vez de allanar el ocio de gentes anónimas y desprotegidas. Pero episodios como el de Sineu acabarán en anécdota y chatarra de disco rayado porque ahora mismo, y con retraso, existe ya un fuerte debate y alta contestación que obligará a legislar con actualidad sobre pluralidad y propiedad intelectual. De lo contrario acabaremos en una sociedad general contra los autores.