Las cifras que indican una cierta tendencia a la baja y propician un balance numérico negativo sobre el movimiento turístico de Llucmajor en 2009, no son, por si mismos, los elementos más preocupantes que ofrece tal diagnóstico. El factor determinante y el mal por erradicar están en el desánimo y la rutina que transpiran. Tenemos buena voluntad, algunas ideas nuevas y disposición para el trabajo, pero estamos atados de pies y manos por demasiados factores y condicionantes externos. Esto viene a decir el análisis turístico reciente de Llucmajor con el que los afectados se encomiendan, para el futuro inmediato, a un cambio de tendencia económica y a alguna carambola fortuita y favorable porque, si es errática o contraproducente, vale más que no se produzca.

Con ser cierta y bien argumentada, tal tesis no puede ser asumida y venerada en su integridad, porque implicaría abonarse, sin más, al hábito de los visitantes habituales para establecimientos rutinarios. El Patronato municipal de Turismo en ciernes es una buena iniciativa que deberá nutrirse de buena alternadora y aprender a combatir en territorio y mercado complejo y duro, si quiere resultar efectivo y no entrar en depresión. Otro gallo cantaría –otro cartel turístico– si la reforma integral de la Platja de Palma comenzará a ver los frutos del consorcio que debe regenerarla o si adivináramos con solvencia algún efecto práctico del reciente Consejo de Ministros sobre Turismo en La Almudaina palmesana. Todo queda en el difuso y tantas veces desesperante ámbito de las promesas. La realidad ahora mismo se plasma en menos cicloturistas, agroturismos estáticos, esperanza del reflotamiento económico alemán y competencia de mercados más baratos o de grandes citas deportivas que restan visitantes. Son demasiados frentes que no pueden afrontarse sólo desde Llucmajor.