Desde hace 30 años, coincidiendo con la llegada del otoño, la familia Llamas López, residente en Santa Ponça, se muda temporalmente a un hogar un tanto especial. Un hogar con 87 habitaciones, y cada una de ellas con sus respectivos baños, teléfonos, aparatos de aire acondicionado y televisores. Un hogar con dos bares, un comedor con capacidad para más de un centenar de personas y dos piscinas de gran tamaño. Semejantes dimensiones podrían explicarse por el volumen de miembros de la familia Llamas López, pero no es el caso. Son un matrimonio y sus dos hijos.

La verdadera razón de la mudanza reside en que el mencionado hogar es un hotel –el Casablanca de Santa Ponça– que estos calvianers se dedican a guardar durante los meses de temporada baja en que está cerrado, entre finales de octubre y mayo. Ellos se encargan de que el establecimiento se mantenga en buen estado. Subsanan los posibles desperfectos. Arreglan cortinas. Cosen almohadas. Atienden a los proveedores que recibe el hotel durante el invierno. Cuidan del jardín. Supervisan la maquinaria. Y todo ello, mientras hacen del hotel su casa provisional. "Aquí comemos, dormimos, vemos la televisión...", explica María Manuela López. "¡Y tenemos todas las habitaciones que queramos!", bromea.

Junto a su marido, Carlos Llamas, ella heredó el trabajo de sus padres, que ahora están retirados. La vida de María, de 57 años, aparece íntimamente ligada al hotel. Acudía a acompañar a sus padres desde que tenía 13 años y, después, empezó a trabajar en el establecimiento turístico durante los veranos.

Mientras suben escaleras a oscuras y pasean por pasillos y dependencias solitarias, aseguran que "nunca" se han llevado "ningún susto". "Para mí, es perfecto. Nunca he tenido problemas. Incluso las veces en que se ha ido la luz no he tenido miedo. A pesar de que es muy grande, llevo tanto tiempo aquí que me lo conozco todo", dice Carlos. Destierra así la idea de un escenario como el que ideó el director de cine Stanley Kubrick en ´El Resplandor´, en que un hotel apartado de la civilización y cerrado en invierno conformaba un inquietante escenario para un no menos inquietante Jack Nicholson haciendo el papel de vigilante desquiciado.

El concepto de normalidad para definir la experiencia de pasar seis meses al año en un hotel aparece también en los testimonios de los hijos del matrimonio. "Nunca lo viví como algo especial. En cambio mis amigos sí. Todos querían venir a verme. Decían que era ´guay´, aunque a mí no me lo parecía tanto", recuerda María José Llamas, quien ya no acompaña a sus padres en el alojamiento turístico durante el invierno.

Servicios de seguridad

El caso de esta familia no es muy común entre el elevado porcentaje de hoteles que dejan de abrir en invierno en Calvià. La mayoría de establecimientos opta por contratar un servicio de seguridad, como detalla Joan Espina, de la asociación hotelera de Palmanova–Magaluf, quien agrega que, en los hoteles que cierran sólo unos pocos meses, se mantiene también a veces una plantilla mínima, compuesta generalmente por director, subdirector, personal de administración y jefe de recepción.

La vigilancia es necesaria. Un hotel cerrado, solitario y apartado puede ser goloso para los ladrones. "Hay que ir con cuidado con los robos. De cada vez, hay más problemas de este tipo. Hay que tener en cuenta que en los almacenes siempre queda algo. Botellas, comida...", manifiesta Espina.

"Un hotel no se puede dejar sin actividad a la buena de Dios", dice el vicepresidente primero de la asociación hotelera de Santa Ponça, Joaquín Miranda. "Es necesario hacer un control, un seguimiento para evitar la acción de los ladrones o averías de cualquier tipo", añade.

El 89% de la planta cierra en algún periodo del invierno

Prácticamente 9 de cada 10 hoteles del municipio de Calvià tienen previsto cerrar en algún momento de esta temporada baja. El término cuenta con unos 220 establecimientos hoteleros. La zona con más hoteles (90) es Palmanova–Magaluf.

Mantener al mes un alojamiento inactivo cuesta 30.000 euros

El mantenimiento de un hotel cerrado puede llegar a costar entre 24.000 y 30.000 euros al mes, según explica el vicepresidente de la asociación de Santa Ponça, Joaquín Miranda, quien asegura que son "costes muy elevados".

Las principales amenazas son los ladrones y las averías

Los hoteleros consultados explican que las principales amenazas a las que se enfrentan durante la temporada baja son la acción de los ladrones y las posibles averías o inundaciones que puedan llegar a producirse.

El servicio de vigilancia, la solución preferida de los hoteles

Desde la asociación hotelera de Palmanova–Magaluf, se informa de que la mayoría de establecimientos que dejan de abrir en temporada baja recurren a servicios de seguridad para afrontar los meses invernales.