A estas alturas ya se puede dar por sentado que ni la conselleria de Movilidad, ni sus bicéfalos Serveis Ferroviaris de Mallorca entenderán nunca las necesidades de los pasajeros del ferrocarril y el coraje del cual deben revestirse cuando se aproximan a una estación. Tampoco el esfuerzo y el sentido de la dignidad de por lo menos parte de su plantilla de trabajadores. Si entendiera una cosa u otra podríamos oír algún silbido de esperanza en el siempre inhóspito andén de la esperanza en el que se agolpan estos voluntariosos usuarios, a los que la necesidad o la convicción deberían convertir en herramientas para acotar el transporte privado.

Pero la paciencia se desvanece cuando se comprueba, una y otra vez, como el tren de la necesidad y una cierta comodidad, nunca pasa por la estación de la esperanza. Antes de llegar, siempre descarrilan conflictos laborales y proyectos de mejora nunca consumados. Largas semanas de huelgas intermitentes y escasa voluntad de entendimiento son en estos momentos incomprensibles para los usuarios dignos de mejor trato pero que sin embargo siguen acudiendo a unos andenes, estaciones y vagones quemados por el sol y el abandono. La higiene y la decencia, antes que un presupuesto, son una actitud exigible a la casa y también por supuesto a las pasajeros incívicos.

Los plazos de mejoras técnicas y nuevos trazados de expansión futura deberían constituir, con lo andado hasta ahora, un calendario de contenido concreto que en cambio acaba siempre difuso y preso de pugnas políticas con voluntad de desgaste del adversario. El ciudadano tiene de sobras pagado el billete para poder oír palabras claras sobre el recorrido del tren en Manacor y los plazos de ejecución de la prolongación. También para que se le despeje la incógnita de saber si el tren llegará algún día a Alcúdia y sus aledaños.