"La comida lucía por su ausencia. Sólo nos daban calabazas, después cebollas. No nos daban ropa ni zapatos. Tampoco había agua. Había gente que eran como esqueletos. Muchos murieron. Algunos comían hasta la paja de los colchones. Los familiares nos podían visitar, pero, como nos obligaban a hablar en castellano, la comunicación se hacía muy difícil, porque muchos no lo sabían hablar".

Este testimonio del esporlerí Antoni Vich Mates, es Cavallito, capturado por las tropas nacionales cuando salió de su escondite para buscar un poco de comida en el pueblo, demuestra que los prisioneros del franquismo que tras la guerra recalaron en Formentera no se encontraron con el paraíso que buscan cada verano miles de turistas hoy en día. Sí que se encontraron, en cambio, con un lugar más parecido a un infierno rodeado de agua, en que los cuerpos se inflaban por inanición y los guardias preferían dar sus sobras a los cerdos, antes que a los seres humanos que custodiaban.

Como Vich, que logró sobrevivir al infierno de Formentera, otros 14 habitantes de Esporles acabaron en el campo de concentración de La Savina. Su experiencia, recogida en un libro de Jean A. Schalekamp, forma parte del material biográfico recogido por el Grup de Memòria Històrica de Esporles, con motivo del homenaje celebrado la semana pasada a las víctimas de la represión franquista en el pueblo.

La bota militar del general Franco pisó con fuerza en este pequeño pueblo, uno de los pocos de Mallorca donde se intentó poner en pie un intento de defensa de la legalidad republicana. Una veintena de vecinos fueron ejecutados y el Grup de Memòria Històrica ha singularizado cada una de estas dolorosas experiencias a través de la elaboración de documentadas biografías, con fotos y documentos personales. Vidas de otro tiempo. Algunas de ellas verdaderamente singulares. Como la de Josep Comes Ferrà. Conocido como Largo Caballero, en recuerdo del conocido dirigente socialista, Comes viajó a la Unión Soviética en 1933 y le impresionó lo que vio.

De las ideas pasó a la práctica y fue teniente de alcalde durante la Segunda República. Ésta fue su condena. El levantamiento franquista le obligó a esconderse en la montaña, cuando su hijo tenía apenas un mes. "Las cosas se están poniendo muy mal", le escribió a su madre, poco antes de ser detenido. Una noche de octubre fue asesinado en Palma. La muerte venía sin anunciarse, pero también se presentaba de forma oficial, envuelta en el frío lenguaje administrativo. Uno de los materiales recogidos por el grupo de investigadores de Esporles así lo atestigua. Es el recorte de un anuncio que daba cuenta de la convocatoria de un consejo de guerra contra 37 esporlerins. Se reunió el 14 de junio de 1938 en el Institut Ramon Llull de Palma y en la acusación – "adhesión a la rebelión"– iba implícita ya la condena: pena de muerte o prisión durante 30 años.

Ya desde la cárcel, uno de ellos escribiría después a su mujer: "Estimada esposa, hoy me han puesto en la prisión junto con Bartolomé y todos los demás de Esporles, así que podéis estar tranquilos, que estoy bien. Me remitirás dos mantas, ropa interior y tabaco. Recuerdos a tus padres y besos a las niñas". Como señalan desde el Grup de Memòria Històrica, las mujeres fueron las "víctimas silenciosas" de la represión franquista al enfrentarse a un sistema "machista" como el franquismo.