BARES NORMALES (XXVIII)
Cristina Roca, 'sa madona' del Café Casa Blanca: "Cogí el antiguo Can Rigan por convicción, soy del barrio y quería un bar mallorquín"
Cristina Roca se puso al frente del antiguo Can Rigan, en sa Casa Blanca, hace nueve años. Lo hizo junto a su padre, «este tipo de bar era su ilusión». Ella mantiene viva la llama con su carta de ‘variats’, ‘berenars’ y platos del día

Bernardo Arzayus

Eran otros tiempos. Acaso mejores. Las autovías no existían, la movilidad discurría por carreteras secundarias. Y conocíamos más y mejor nuestras geografías físicas y emocionales, sabíamos de qué paisajes estamos hechos los mallorquines. Si le preguntas ahora a la inteligencia artificial dónde está el Café Casa Blanca, te envía directo a Ibiza. Es una forma bobalicona de borrar la propia identidad y de barrer el mágico momento en que uno descubre el mundo a través de los sentidos. Además de todo esto, las autopistas y la IA nos han hurtado los bares de carretera, convertidos ya casi en piezas de museo etnológico.

BARES NORMALES | Bar Casablanca / BERNARDO ARZAYUS
El que hoy nos ocupa es el Café Casa Blanca, en el barrio palmesano del mismo nombre, en la antigua carretera de Manacor, número 529. Una estampa de casas bajas deja paso a fincas dispersas de pasado agrícola, un colegio, una iglesia, dos bares, un almacén de piensos y una conocida empresa que arregla motocultores. Poco más y mucho suelo rústico, ahora codiciado ante el salvajismo urbanístico que podría desatar el nuevo decreto PP-Vox.
El pasado glorioso del campo se percibe en todo el entorno: las ruinas de una antigua possessió, los molinos desmantelados, las balas de paja, las parcelas sin cultivar…
Una casa encalada que tiene más de cien años
El Café Casa Blanca se levanta en una casa encalada que tiene más de cien años. Lo regenta Cristina Roca. Es una casa de comidas y meriendas mallorquinas con un largo pasado a sus espaldas. Una de sus etapas más famosas se remonta a cuando el mesonero era Biel de Can Rigan. «Le cambió el nombre al bar, le puso Can Rigan, es fácil saber por qué. Cuando lo cogió, en la otra Casa Blanca, en Estados Unidos, estaba el presidente Ronald Reagan», desvela un vecino. «Lo regentó unos 23 años, desde mediados de los años 80 hasta 2007», calcula Cristina. «Nosotros nos hicimos cargo hace nueve, antes hubo dos personas más al frente, pero no duraron mucho. Cuando llegamos aquí, esta casa llevaba dos años cerrada y tuvimos que hacerle una buena reforma», explica.
"Era la ilusión de mi padre"
Fue Cristina quien animó a su padre, Miquel Roca, a coger el bar. «Somos de sa Casa Blanca también. Yo venía de trabajar en panaderías. En Ca na Teresa ya había cafetería , había cogido algo de experiencia, y nos animamos», refiere. «Este bar era la ilusión de mi padre», confiesa. Su progenitor, uno de los pilares del negocio, falleció hace dos años. La pérdida y la herida aún están frescas, pero Cristina sigue adelante. «Tengo muy buenos clientes, buena gente, pero estoy algo cansada. La hostelería ha cambiado también y cuesta mucho mantener un bar así si no es con familiares que te apoyan», expresa. Hasta hace poco, la cocinera era su madrina, Antònia Llabrés, «pero ya se ha jubilado, aunque siempre está ahí apoyándome, como mi madre, Catalina Oliver».
Ahora la cocina, que la hicieron nueva hace dos años - «conseguimos también la licencia de restaurante»-, la lleva Edgar, que ha aprendido los platos de su madrina, «que fue costurera, hacía las cortinas para unos grandes almacenes, pero cocinaba tan bien que le dijimos que se embarcara en esta aventura», cuenta Cristina.
Los clientes del bar son camioneros, trabajadores de paso, caballistas que tienen sus fincas en los aledaños, vecinos de aquí, Son Ferriol, s’Aranjassa o ses Cadenes… «Gente muy sencilla que viene a desayunar o comer, este es un bar normal, por eso les gusta», subraya la responsable. «Yo quería regentar un sitio así. Nos salió la posibilidad de llevar un bar en s’Arenal, que ya estaba reformado y todo, pero yo no me veía ahí con los turistas. Pese a que era más difícil para nosotros coger el de Casa Blanca, lo hicimos por convicción y principios. Queríamos un bar mallorquín», sostiene.
Un 'variat' rico y singular
El variat en el Casa Blanca es sui géneris, se diferencia bastante del santo credo de los varietistas más ortodoxos, pero lo importante es que está muy rico, sobre todo si te gustan los platos de mar. La estructura es la misma que cualquier variat bien servido, por capas, en cazuelita de barro, con la ensaladilla arriba, pero sin rebozados. Se puede elegir entre bacalao con tomate (muy sabroso y bien fritito), carne con champiñones, callos, frit de xot (lo van variando con frit de matances), frito marinero y sepia a la mallorquina. Apoya este festival, un platito de aceitunas mallorquinas y pan moreno de Ca na Teresa. Los precios: el pequeño, 5 euros; el mediano, 7, y el grande, 9. «Si es solo de pescado, es un poco más caro por el producto».
El buen hacer de esta antigua posada lleva el sello de un apellido maestro del variat en Palma, Roca. «Somos parientes lejanos de Biel Roca, de Can Biel Felip», confiesa la propietaria.
Salen también de la cocina para dar gasolina a las mañanas de los currantes pa amb olis y bocatas de picaña, botifarrón, panceta, pollo, lomo, bacon, camaiot, serrano, york, atún, anchoas y queso.
«Como tengo muchos trabajadores que van con prisa, sabemos que es importante dar buenos desayunos y servirlos con rapidez. Además aquí los precios están bien. En el centro de Palma ya cobran por un café con leche 3,20 y aquí cuesta 1,60, la mitad», asegura Cristina.
Plato del día
A partir de las 13 horas, comienza el baile de almas que viene a comer. Aquí se sirve plato del día, siempre se elaboran dos. «El que quiere uno, con postre y café, paga 7,50 euros. El que quiere los dos, son 11 euros. La bebida va aparte», señala. «Preparamos desde sopas mallorquinas, pasando por una pasta, potajes de lentejas o garbanzos, pollo al horno… Es decir, platos caseros, como si estuvieras en tu casa, y a veces hacemos cosas más especiales, como el rabo de toro, que cuando podemos lo servimos los viernes, o manitas de cerdo», enumera.
Además del servicio en mesa, son muchos residentes los que se paran en el Café Casa Blanca a comprar el plato que más les gusta para llevárselo, pero también para socializar y soltar la lengua un rato en la barra. Entra un vecino con sombrero de paja, pide dos bocadillos. Vive en una de las fincas aledañas. «Mi vecino tiene huerto y yo animales, y compartimos muchas cosas. Yo le doy huevos y si necesito una lechuga pues me la da. Ahora se trabaja mucho menos el campo y algunas fincas están muy secas. El otro día se prendió fuego la de al lado. Es muy peligroso», relata. Otro vecino saca pecho del barrio: «Sa Casa Blanca es muy familiar, todo el mundo se lleva bien».
- Consulta la sección <strong>Bares Normales</strong>, en Diario de Palma. Un espacio en formato de artículo y vídeo disponible en la web de este periódico todos los lunes. También podrás ver los bares normales en las redes sociales de Diario de Mallorca.
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