Palma ante el riesgo invisible: cómo la ciudad se volvió vulnerable a las inundaciones
El geógrafo de la UIB Alexandre Moragues y su equipo del grupo GeoMedRisk han desarrollado una nueva metodología para evaluar la vulnerabilidad social frente a las inundaciones integrando datos ambientales, demográficos y económicos

Desarrollo urbanístico de Palma | ALEXANDRE MORAGUES
Blanca Gelabert
En el corazón de la llanura de Palma, donde discurren los torrentes Gros y d’en Barberà antes de desembocar en el mar, se levanta una ciudad que, durante siglos, ha crecido sobre su propia amenaza. Las inundaciones súbitas, o torrentades, no son nuevas en Mallorca: forman parte de su historia y de su paisaje. Pero lo que sí es nuevo es la forma en que los investigadores empiezan a mirar estos fenómenos, no solo como un riesgo físico, sino como un problema social y territorial.
Esa es la mirada que propone Alexandre Moragues, geógrafo de la Universitat de les Illes Balears (UIB), autor principal del estudio Assessment of social vulnerability to floods based on fuzzy logic in a Mediterranean dense urban area: Palma. En este trabajo, Moragues y su equipo del grupo GeoMedRisk (Geosistemas Mediterráneos y Riesgos Naturales) desarrollan una nueva metodología para evaluar la vulnerabilidad social frente a las inundaciones, integrando datos ambientales, demográficos y económicos con herramientas de análisis espacial y estadística avanzada.
«Sabemos dónde se puede inundar Palma; lo que queríamos saber era quién se ve más afectado cuando ocurre», explica Moragues. «Porque el impacto de una catástrofe no depende solo del agua que cae, sino de las personas que viven allí, sus recursos y su capacidad para recuperarse».

Cómo la ciudad se volvió vulnerable a las inundaciones
De medir el agua a medir la fragilidad
El estudio propone una evaluación de la vulnerabilidad social basada en la lógica difusa (fuzzy logic), una herramienta matemática que posibilita que los mapas no muestren zonas «seguras» o «peligrosas» en blanco y negro, sino una escala de grises que refleja cómo distintos factores (densidad de población, ingresos, edad, nacionalidad o acceso a servicios) se combinan para aumentar o reducir la exposición de las personas ante una inundación.
Moragues y su equipo cruzaron datos de diferentes fuentes: la cartografía oficial de zonas inundables del Ministerio para la Transición Ecológica, el catastro urbano, los censos del Instituto Nacional de Estadística (INE) y los mapas de servicios esenciales del Ayuntamiento de Palma. Todo ello se integró en un modelo geoespacial con resolución de 50 metros por 50 metros, una escala mucho más fina que la de los tradicionales estudios por distritos o secciones censales.
«Trabajamos a una escala de detalle que permite ver diferencias dentro de un mismo barrio», comenta Moragues. «Dos manzanas separadas por una calle pueden tener niveles de vulnerabilidad muy distintos, porque no es lo mismo vivir en un bloque denso, con renta baja y sin zonas verdes, que en una calle más abierta con menos exposición».
El resultado fue un mapa continuo de vulnerabilidad social, donde cada píxel representa el grado de fragilidad humana frente al riesgo de inundación.
Una ciudad sobre el agua
La investigación se centra en el pla de Palma, una amplia llanura aluvial que históricamente ha actuado como cuenca de recepción de los torrentes que bajan desde la Serra de Tramuntana. Esta configuración geográfica ha marcado la historia de la ciudad desde su fundación. Las crónicas recuerdan la gran inundación de 1403, cuando una torrentada del torrent de sa Riera arrasó el casco urbano y provocó la muerte de unas 5.000 personas, el episodio más devastador de la historia de las Balears.
Pese a esa memoria histórica, Palma ha crecido sobre el llano. La expansión urbana del siglo XX —guiada primero por los planes de Calvet y Alomar, y más tarde por el desarrollismo del boom turístico— consolidó un modelo de ciudad que, paradójicamente, aumentó la exposición al riesgo.
Calvet, Alomar y el urbanismo del riesgo
El Plan Calvet de 1901 fue el primer proyecto moderno de expansión de Palma. Inspirado en los ensanches de Barcelona y otras capitales europeas, propuso un anillo urbano concéntrico que debía conectar el casco antiguo con los nuevos barrios obreros. Su diseño, de calles radiales y manzanas regulares, abrió el camino a una ciudad más densa y articulada, pero también más extendida hacia la llanura de inundación.
Décadas después, en 1943, el Plan Alomar amplió ese crecimiento, alargando el primer ensanche y planificando nuevas zonas residenciales en dirección este y noreste. Pero, mientras los arquitectos soñaban con avenidas ordenadas, la realidad avanzaba por otro lado: las urbanizaciones periféricas no planificadas, surgidas sin control en los márgenes de la ciudad.
«Fue el inicio de lo que se conocería más tarde como ‘urbanizaciones salvajes’», explica Moragues. «Pequeños núcleos edificados fuera del plan, en zonas baratas y mal drenadas, muchas de ellas junto a los torrentes».
Durante los años 60 y 70, el crecimiento se desbordó definitivamente. El boom turístico y la Ley del Suelo de 1956 impulsaron un proceso de urbanización masiva: entre 1960 y 2021, más de 22.000 hectáreas fueron edificadas dentro de áreas con riesgo potencial de inundación. Los planes generales de 1963 y 1973 intentaron corregir el rumbo, pero la presión inmobiliaria y la falta de mecanismos de control consolidaron un modelo expansivo.
El resultado es la Palma contemporánea: una ciudad compacta en su centro histórico, pero con extensos cinturones de barrios obreros y polígonos residenciales construidos sobre terrenos que, en caso de lluvias intensas, actúan como auténticas cuencas de acumulación.

Cómo la ciudad se volvió vulnerable a las inundaciones
Lo que revela el mapa de vulnerabilidad
El modelo desarrollado por Moragues muestra una realidad contundente: el 35,6 % de la población de Palma y Marratxí (164.991 personas) vive en áreas con riesgo potencial de inundación.
De ellas, entre un 10 y un 20%, según el escenario analizado, se encuentra en zonas de alta o muy alta vulnerabilidad social. Esto equivale a entre 50.000 y 94.000 personas.
Las áreas más afectadas se concentran en el este de Palma, especialmente en los barrios de Pere Garau, Son Canals, Rafal Vell y partes del Polígon de Llevant. Se trata de zonas con alta densidad poblacional, bajos ingresos, un elevado porcentaje de residentes extranjeros y una notable escasez de espacios abiertos.
«En estos barrios confluyen todos los factores de fragilidad: mucha gente viviendo muy junta, menos recursos económicos y un tejido urbano con poca capacidad de absorber o evacuar el agua», resume Moragues. «Y, además, son los mismos lugares donde se concentran muchos servicios esenciales, lo que multiplica el impacto».
Escuelas, centros de salud y residencias en riesgo
El estudio pone el foco también en las infraestructuras críticas para el bienestar social. De los 185 equipamientos analizados en la zona de estudio, un número considerable podría verse afectado por inundaciones: 71 centros educativos, que representan el 33,6% del total; 16 centros sanitarios, equivalentes al 35,5%; y 20 centros asistenciales, cerca del 39%. A ello se suma el parque de bomberos de Son Malferit, situado junto al torrente d’en Barberà, cuya ubicación lo expone directamente al riesgo.
La afectación de estas instalaciones no solo implicaría daños materiales, sino que, además, dificultaría la respuesta a la emergencia y la recuperación posterior. «Un colegio o un centro de salud inundado significa cientos de personas más vulnerables y menos capacidad de respuesta institucional», advierte el investigador. «No basta con saber qué se inunda, hay que saber quién depende de esos lugares».
Urbanismo y desigualdad
La investigación de Moragues no solo traza un mapa del riesgo ambiental, sino también de la desigualdad urbana. Los barrios más vulnerables coinciden con aquellos donde la población inmigrante supera el 30%, los ingresos medios son más bajos y el acceso a servicios o espacios públicos es más limitado. A su vez, muchos de esos barrios fueron fruto de decisiones urbanísticas tomadas décadas atrás, cuando el suelo barato coincidía con las zonas más propensas a inundarse.
«En Palma, como en muchas ciudades mediterráneas, el urbanismo y la vulnerabilidad social van de la mano», afirma Moragues. «Las familias con menos recursos han terminado viviendo donde nadie más quería construir, y eso tiene consecuencias cuando llega la lluvia».
De la investigación a la acción
Más allá del diagnóstico, el trabajo pretende ofrecer una herramienta práctica para la planificación urbana y la gestión del riesgo.
La metodología se basa íntegramente en datos abiertos, por lo que puede replicarse fácilmente en otras ciudades del Mediterráneo o de España. Los mapas de vulnerabilidad podrían servir para priorizar inversiones en infraestructuras, diseñar protocolos de emergencia o planificar zonas verdes estratégicas que actúen como áreas de absorción.
El estudio también sugiere incorporar la dimensión social del riesgo en los planes municipales y autonómicos, como el INUNBAL, el Plan Especial ante el Riesgo de Inundaciones de Balears.
«El riesgo no es solo hidráulico o meteorológico —concluye Moragues—; es también social. Y esa es la parte que podemos cambiar».
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