Envejecimiento, memoria y gentrificación
Envejecer sola en Santa Catalina, icono de la gentrificación: "Los vecinos van desapareciendo, ahora todos son modernos, jóvenes y guapos"
El fotógrafo ‘santacataliner’ Pep Pérez Castelló retrata en ‘Arrabal’ la resistencia de siete vecinas de una barriada que ha mutado tanto que apenas ya la reconocen. El tiempo se ha detenido en sus casas, pero fuera todo es cambio y bullicio

Magdalena sentada en una butaca de su sala de estar. / Pep Pérez Castelló

Alvina hace más de 40 años que vive en Santa Catalina. Han pasado décadas desde que dejó Rumanía, pero, sentada en el Bar Consulado de la Glorieta Pau Casals, Alvina Petrovici rememora, como si lo sintiera en ese mismo momento, el frío extremo que pasó cuando era pequeña: «Tenía la piel violácea, parecía casi transparente como el vidrio».
Armenia de nacimiento, llegó a Bucarest con tres años, sin padres y sin patria. No narra una infancia feliz. Le cambiaron la vida unos gitanos que hacían música y pasaban de vez en cuando cerca de la casa donde vivía acogida. Uno de ellos se dio cuenta de que aquella niña se quedaba absorta con el violín y le regaló uno viejo. Tenía nueve años.

Alvina tocando el violín en su casa. / Pep Pérez Castelló
Se convirtió en violinista profesional. A los 22 años, aprovechando una gira que la llevó a Barcelona, solicitó asilo. De allí dio el salto a Mallorca, tras responder a un anuncio publicado en La Vanguardia de que la Sinfónica de Baleares buscaba violinista. Logró el puesto y en la orquesta conoció a su futuro marido, Apolinar, un palenciano que tocaba la flauta. Se fueron a vivir a Santa Catalina. Nunca tuvieron hijos, no tenían familiares cerca. A él le diagnosticaron alzhéimer y ella pasó veinte años cuidándolo. Hace cinco, Apolinar falleció. Ella detesta la soledad : «Nadie puede vivir solo, ni un gato».
Alvina es una de las siete mujeres retratadas por Pep Pérez Castelló para su proyecto 'Arrabal'. Profesor de psicología de la Universitat, este fotógrafo ‘santacataliner’ (nacido, criado y hoy aún residente allí) ha querido contar con fotos el relato de siete vecinas que envejecen y resisten solas en un barrio que antes era una comunidad y que hoy es un icono de la gentrificación.
¿Por qué personas mayores? Por sensibilidad personal e interés académico, dado que su línea de trabajo es la psicología del desarrollo ¿Por qué solo mujeres? Porque el envejecimiento y la soledad no deseada, un reto social de primer orden, se escriben en femenino. Y porque las mujeres, reza el prólogo del proyecto, fueron «el corazón» de la barriada: «Mi madre, mi abuela, mis tías, las vecinas... eran quienes lo sostenían todo mientras los hombres trabajaban, muchos de ellos embarcados o en las fábricas».
Ellas cuidaban. La casa, a los niños, a la barriada y a sus habitantes. «Recuerdo como mi madre y mis abuelas siempre estaban presentes, tejiendo no solo las redes familiares, sino también las de la comunidad», rememora: «Se ayudaban entre ellas y estaban ahí para cualquiera que las necesitara. Eran las guardianas de las tradiciones y de la memoria del barrio».
Una de esas guardianas fue Catalina, cuyo recuerdo inspiró este proyecto que empezó a germinarse en la pandemia. Catalina vivía (quedó sola al enviudar, en un piso sin ascensor) en la finca en la que vive el fotógrafo: «La vi envejecer». Pasó mucho tiempo sin salir de casa y los vecinos la ayudaban.
Catalina falleció. No aparece en el proyecto 'Arrabal'. Pero sí están Alvina, Aurora, Paquita, las dos Magdalenas, Conchita y Beatriz (ya fallecida): guardianas que posan en unos hogares cálidos y «acogedores» en los que parece que «el tiempo se ha detenido» mientras que fuera de sus casas el entorno se ha tornado inhóspito; los cambios se suceden a una velocidad que marea; y las calles y negocios emanan cierta agresividad, estética, sonora e inmobiliaria.
Ese contraste entre sus íntimos refugios y el bullicio del mundo de fuera se ve en el 'Arrabal' de Pérez Castelló. El nombre del proyecto juega con la idea de que la actual Santa Catalina, cosmopolita y moderna, fue en su origen una isla apartada del resto de la ciudad cuando hoy las que viven aisladas son estas mujeres.

Pep Pérez Castelló, en la Glorieta de Pau Casals, en el barrio de Santa Catalina / M.F.R.
El autor ha sido seleccionado para la próxima convocatoria de Descubrimientos de PhotoEspaña, gracias a una beca del Institut d'Estudis Baleàrics y durante este proyecto, narra, se ha encontrado a mujeres diversas y con historias dispares, pero con algunos hechos que se repiten en varias biografías como la pérdida de sus parejas (y, en varios casos, de algún hijo) o los achaques físicos derivados de una vida dedicada al cuidado. Además todas comparten un claro rasgo común: la resiliencia.
Para lograr a las protagonistas de Arrabal (trabajo que se materializará en un fotolibro con edición de Juan Valbuena, además de en una exposición), el fotógrafo logró contactar con ellas a través del GREC, entidad que coordina el programa Sempre Acompanyats de La Fundació La Caixa, que busca paliar la soledad de las personas mayores. Hoy día en las islas más de 15.000 personas mayores de 65 años dicen sufrir la soledad (de estas, un total de 3.653 son mujeres que aseguran sentirse "siempre solas").
Algunas de estas mujeres han encontrado consuelo en alguna mascota. Paquita, que era peluquera, tiene una perrita, igual que Aurora. Magdalena hace unos años se compró un loro, porque recordaba con cariño uno que tenía su padre, que era marinero.
Magdalena ha vivido hasta hace poco en la casa que fue de sus abuelos, luego de sus padres y después suya, pero afectada por la ceguera hace poco tuvo que dejarla e ir a una residencia, poniendo fin al vínculo de tres generaciones con Santa Calina. En una habitación alquilada vive Conchita, cubana que se vino siguiendo a su hija y acabó precisamente en un barrio que estuvo muy conectado con su isla caribeña en el siglo XIX. Alvina puede disfrutar en usufructo su casa hasta que fallezca: su marido lo vendió con esa condición, no sabe a quién.
«Han desaparecido muchísimos negocios, todo se ha vuelto cosmopolita y elitista», describe la armenia. La gente también va desapareciendo: «Ahora todos son jóvenes y guapos, las de mi edificio son monísimas todas».
Estas mujeres, narra el autor, se sienten extrañas en su propio barrio y tienen dificultades para establecer relaciones reales por un tema generacional, pero también de idioma: Aurora por ejemplo no puede hablarse con nadie de su finca porque ningún vecino habla ni castellano ni catalán.
Alvina tiene ahora un compañero de piso, un hombre de 85 años. Aunque la convivencia no es fácil, agradece la compañía. Le acompaña también la música y la escritura (llena hojas con cuidados poemas), además de sus recuerdos. Con todo, la soledad le pesa: «Me ha perseguido desde que nací», dice sentada en el Bar Consulado mientras, no muy lejos de allí, en las terrazas de los restaurantes de la calle Fábrica, numerosos grupos de turistas brindan y se ríen felices.
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