Solemnidad y fervor: Palma se entrega a las cuatro procesiones del Lunes Santo

Buen Perdón, Sant Crist dels Boters, Nostra Senyora de l’Esperança i la Pau y Sant Crist de l’Agonia llenan de fe las calles de la capital, mientras devotos y turistas conviven en un cruce único de tradiciones y curiosidades

Jordi Sánchez

Jordi Sánchez

Palma

La lotería del tiempo ha sonreído, por segundo año consecutivo, a la Semana Santa de Palma. La capital balear, envuelta en una atmósfera de solemnidad y fervor, ha acogido este Lunes Santo a miles de devotos y curiosos que han abarrotado las calles de Palma para presenciar el paso de cuatro procesiones, todas ellas desplegadas en un lapso de menos de una hora, tejiendo un tapiz de fe, tradición y emoción en el corazón de la ciudad.

El desfile procesional comenzó con la salida de Nostra Senyora de l’Esperança i la Pau, que a las 20:15 horas emergió desde la basílica de Sant Francesc. Quince minutos más tarde, a las 20:30, la procesión del Buen Perdón partió desde la parroquia del Sagrado Corazón, mientras que, de manera casi simultánea, la del Sant Crist de l’Agonia, una de las más emblemáticas y que el pasado año celebró su centenario, abandonaba el convento de Santa Clara. Cerrando este intenso arranque, a las 21:00, la procesión del Sant Crist dels Boters iniciaba su recorrido desde la iglesia de Sant Joan de Malta.

Fe, devoción y solemnidad

Las calles del centro de Palma, epicentro de tres de las cuatro procesiones, se convirtieron en un mosaico humano donde la devoción y la contemplación se entrelazaban. La noche, apacible y sin amenaza de lluvia, permitió que los cofrades, ataviados con sus hábitos cuidadosamente preparados, desfilaran en esta tradición centenaria. Cada paso, cada movimiento de los tronos, aumentaba la emoción de quienes llevaban meses ensayando para este momento. La luz de los cirios titilaba en la semi oscuridad del momento, reflejándose en los rostros de los asistentes, algunos rezando en silencio, otros capturando la escena con sus cámaras.

Por su parte, la procesión del Buen Perdón trazó un itinerario singular, alejándose del casco antiguo para recorrer la calle Jacint Verdaguer y varias colindantes. Este recorrido, menos concurrido por turistas, permitió a los vecinos de la zona participar en un ambiente más íntimo, donde la conexión con la imagen y su mensaje parecía más cercana, más personal.

Cada cofradía, con su identidad única, aportó matices distintos a la velada. La procesión del Sant Crist de l’Agonia, por ejemplo, sorprendió este año con un nuevo estandarte blanco que contrastaba con los hábitos negros de los cofrades y el también color negro del estandarte de años anteriores. La Nostra Senyora de l’Esperança i la Pau, por su parte, desfiló con la majestuosidad que le confiere su arraigo en la basílica de Sant Francesc, mientras que el Sant Crist dels Boters y el Buen Perdón mantuvieron viva la esencia de sus respectivas parroquias.

Choque de realidades

El Lunes Santo en Palma no solo fue un despliegue de espiritualidad, sino también un reflejo de la dualidad que ya caracteriza a la ciudad en esta época del año. Las estrechas y laberínticas calles del casco antiguo, se convirtieron en el escenario de un encuentro inevitable entre dos mundos: el de los devotos, inmersos en el recogimiento de las procesiones, y el de los miles de turistas que, atraídos por el encanto de la isla, llenan cada rincón durante la Semana Santa.

En lugares emblemáticos como Cort, el paso de la procesión de Nostra Senyora de l’Esperança i la Pau generó una pausa en el bullicio habitual. La imagen de la virgen, detenida frente a la iglesia de Santa Eulàlia, captó la atención de muchos visitantes, quienes, quizá sin comprender del todo el trasfondo, levantaban la mirada con curiosidad y respeto. Cámaras y móviles se alzaban para inmortalizar el momento, mientras los cofrades mantenían su paso firme, ajenos al murmullo de fondo.

Escenas similares se repetían en otros puntos del centro, como la plaza de la Drassana o la calle Sant Miquel, donde los turistas, con sus mapas y helados, se mezclaban con los palmesanos que seguían las procesiones con devoción. En estas arterias, la Semana Santa se vivía como una coreografía improvisada: los cánticos y el aroma del incienso se fundían con las conversaciones en múltiples idiomas, creando una atmósfera única, a medio camino entre lo sagrado y lo cotidiano.

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