Los vecinos y clientes del Mercado de Pere Garau lo tienen claro: «No queremos perder lo mallorquín»

Hace unos días se planteó la idea de que el Mercado de Pere Garau se convirtiese en un enclave gastronómico al estilo Olivar: «Que no lo toquen ni un pelo», advierten

Los vecinos y clientes del Mercado de Pere Garau lo tiene claro: "No queremos perder lo mallorquín"

Bernardo Arzayus

Jordi Sánchez

Jordi Sánchez

Palma

La idea de que en el Mercado de Pere Garau se deje de vender producto mallorquín y de proximidad para convertirlo en un mercado con un enfoque más gastronómico -como podrían ser el de Olivar o el de Santa Catalina-, ha generado estos últimos días un fuerte rechazo entre las asociaciones y los vecinos del barrio. Ambos se han referido al enclave construido por Guillem Forteza en 1943 como «un referente en la ciudad de Palma por su autenticidad, su oferta diversa de productos frescos y su arraigo en la comunidad local». La propia directiva del mercado tuvo que salir al paso para mandar un mensaje de tranquilidad a la comunidad y reafirmar su compromiso de mantener la esencia del último mercado verdaderamente tradicional de Palma. 

A pie de calle, en pleno Pere Garau, la sensación es la misma. «Con los años ha ido cambiando, ya no es lo mismo de antes. Aun así, creo que no debe perderse lo que es este mercado, el poder venir a comprar buen producto, de proximidad», explica el joven Pau Moll, mientras espera a ser atendido en un puesto de frutos secos. 

Al igual que Moll, clientes y vendedores se muestran reacios a que el Mercado de Pere Garau de cambie por completo su razón de ser y vire hacia un modelo más turístico y comercial. «La gente de aquí, del barrio, lo que realmente quiere es tener un sitio en el que sabes lo que compras. Para la ciudad y para la gente del barrio un mercado más delicatessen no es lo suyo. Lo intentaría mantener así como está», añade Moll. 

El ajetreo un jueves al mediodía en el mercado es intenso: gente seleccionando cuidadosamente qué va a comprar, paseando y detectando las diferencias visibles entre los productos; conocidos de toda la vida, que mientras compran charlan distendidamente con los tenderos; vecinos que, por las mañanas, se pasean por el corazón del barrio; y también clientes de toda la vida, que saben lo que buscan y, sobre todo, que en Pere Garau podrán encontrarlo. 

«No vamos al Olivar porque vivimos aquí. Esto los sábados está lleno», cuenta Antonia Adrover mientas pasea bolsa en mano por el interior del mercado junto a su nieta, Claudia Pascual. «Yo no vengo tanto a comprar aquí, pero mi abuela sí. Me parecería bien que hicieran algo tipo gastronómico, porque así vendrían más extranjeros», explica la pequeña Pascual. Su abuela interviene unos segundos después: «Sí que me daría pena que se perdiese esto». En el mismo sentido se expresa Catalina Mateu, quien acaba de terminar su compra en la frutería. «Me parecería fatal. Vengo asiduamente desde hace muchos años, y ya nos basta con tener dos de este tipo de mercados -Santa Catalina y el Olivar- como para tener que añadir alguno más», critica Mateu, quien además asegura conocer a gente «que después de conocer este mercado viene siempre a comprar». Desde su punto de vista, «aquí hay mucha cosa de payés» y cuanto que «el pescado siempre lo compro aquí». «Cuando vas a uno de los puestos, nos conocemos de toda la vida y es un trato más directo y de proximidad.Además, yo vivo aquí al lado pero si viviera lejos vendría igual», añade. 

Otros, con una opinión más sencilla, expresan el mismo sentir. «A mi me parece bien así como está, mejor que si ponen cosas para comer. Aquí la gente viene a hacer su compra diaria y después se vuelven a casa, no se quedan a comer nada», cuenta Gabriel Manera, a quien le va un poco mejor ir al Olivar «porque ahí hay aparcamiento» y en Pere Garau «hay que poner ora». De todos modos, apunta: «No voy mucho ni a uno ni a otro». 

Dos décadas en el Olivar

Son muchos los que han visto la progresión y el cambio de los mercados de Olivar y de Pere Garau. Algunos más de cerca, y otros más de lejos. Pero pocos son los que la han vivido. Este último es el caso de Maria Luisa Espinosa, quien tras regentar una charcutería en el Olivar durante más de veinte años compra ahora en el Mercado de Pere Garau.

«A día de hoy, aquí los vendedores tienen más gente por los puestos de verdura, fruta, y demás que están colocados fuera. El día que no hay mercado los pobrecillos se comen las uñas», explica Espinosa en relación a la dinámica en Pere Garau. «Yo he vivido la evolución del Olivar. Eso era, ¡buf!. Te hablo de hace cincuenta años, ese fue el boom del mercado. Estuve 23 años ahí, y siempre ha sido muy diferente. No se pueden comparar. Sobre todo en precios y quizás calidad, allí en Olivar es un poco superior, pero ahora ya son dos mundos», añade la ex charcutera.

Una opinión firme

Paseando bolsas en mano -y con prisa por ir a hacer la comida- estaban las hermanas Carol y Lola Tomás junto a su amiga Antonia Fuster. Las tres, con un tono amenazante, no quieren que se toque «ni un pelo» del mercado.

«Nos hemos criado aquí. Yo conocí la plaza de Pere Garau cuando solo había un salón. Entonces mi madre tenía un puesto aquí», cuenta Lola Tomás. A su lado, y con ganas de expresarse, está su hermana Carol . «Estaremos en contra de todo lo que pongan. En Santa Catalina, que es muy guapo y todo lo que tu quieras, está todo hecho para el turismo y esto es un barrio de toda la vida. Así como está nos encanta y no tenemos que perder nuestras costumbre, las de Mallorca», explica, poniendo de ejemplo que «un manat de julivert aquí cuesta 0,70 y en Santa Catalina 2,30 euros». 

Más reivindicativa, pero en la misma línea, se expresa su amiga, Antonia Fuster: «Aquí siempre se ha vendido todo lo mallorquín, y eso tiene que volver y punto. Los payeses tienen que ser los primeros para todo y para mí, desde mi punto de vista, con el paso de los años ha ido cambiando a peor. Siempre intento ir a comprar producto de payés y si no siempre pregunto de donde viene. Soy de Mallorca, soy mallorquina y quiero que lo mallorquín y los payseses vuelvas a hacer matances y productos de nuestra tierra, que la dieta mediterránea es la mejor».

La otra cara de la moneda

En el interior del Mercado de Pere Garau, pese a la presión social, han surgido varios negocios menos tradicionales. Por un lado, y de forma sorprendente, una inmobiliaria ha abierto una sede en el interior del mercado. «Vendemos tu propiedad en menos de 90 días al mejor precio», puede leerse en su puesto. Varios puestos más allá, y perfectamente integrada, hay una vendedora de comida japonesa y sushi. 

Justo enfrente está la perfumería Paco Martín, propietario y dependiente del negocio. Martín es consciente de que sus quehaceres tienen poco que ver con el espíritu del mercado aunque se trate de un pequeño comercio, pero defiende a capa y espada la no renovación de Pere Garau. «Hay que conservar el mercado tradicional, y aunque yo tenga un producto que, digamos, no es de alimentación, creo que siguen haciendo falta los puestos de frutas, verduras, las pescaderías las panaderías», cuenta. 

Sus padres, al ser toda la familia del barrio, ya iban a comprar a este mercado, y Martín prefiere «comprar aquí que en un supermercado, porque tienes producto artesano y payés». Asegura que, durante los últimos años, ha ido notando cada vez más las diferencias entre los mercados municipales: «Yo he ido a los dos, pero es verdad que al final dejas de ir al Olivar o a Santa Catalina por el tema económico, ya que han subido mucho los precios».

Martín, que mantiene contacto diario con asiduos al mercado -aunque no compren en su perfumería, conoce a mucha gente-, ve preocupación entre la gente. «Sobre todo la gente mayor. Les preocupa que desaparezca, porque al final esta gente está acostumbrada a venir, al contrario que los jóvenes, que a lo mejor preferirían más bares o el mercado gastronómico», sentencia.

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