Palma convive en paz con el sexo de Sant Sebastià
El cartel de Lluïsa Febrer se inscribe en la iconografía de la Iglesia Católica que celebra como un mito erótico hetero y homosexual al patrón de la capital mallorquina, arraigado con la figura de Lindsay Kemp

Redacción Digital
Palma había convivido desde la naturalidad con las evidentes implicaciones eróticas de tomar por patrón a San Sebastián, en un ejercicio de indiferencia ejemplar hacia la iconografía cargada de insinuaciones sexuales de la Iglesia Católica. Las connotaciones saltaron de hetero a homosexuales gracias a un poema de Oscar Wilde, que se reinventó en Sebastian Melmoth. También el bailarín, coreógrafo, mimo y director Lindsay Kemp se afincó en Mallorca como mito sebastianesco, desde que estrenara su espectáculo Flowers en el Auditorium, coincidiendo con la festividad de la capital palmesana. Corría 1977, organizaba el mismo Ajuntament que hoy se escandaliza al descubrir que la figura patronal cuenta con atributos sexuales.
El cartel de la discordia de Lluïsa Febrer se limita a darle una vuelta de tuerca a la evidencia de que sin sexo no hay Sant Sebastià. Complementa y completa una de las propuestas de mayor calidad para Sant Sebastià’2020, donde el legionario es asaltado a pecho descubierto por un batallón de diablos con festivas y lúbricas intenciones, aunque sin sobrassada aparente
Palma no es la única ciudad ofrendada al santo asaeteado en flagrante desnudez. La villa vasca de San Sebastián ha ampliado la advocación hasta la concesión en su festival cinematográfico del premio Sebastiane, otorgado a la película en concurso que mejor traduzca los valores LGTBI. La denominación coincide con el debut cinematográfico del director de culto Derek Jarman, un título que cuenta con medio siglo de antigüedad y que se estrenó en Palma sin demasiada conmoción. En la producción bailaba por supuesto Lindsay Kemp, otra conexión con el artista que un año más tarde descubriría Mallorca.

Cartel de Sant Sebastià para la fiesta de Podemos en la Revetla. / Lluïsa Febrer.
Tal vez en contra de la autora del cartel, cuesta calificar de pornográfica su caricatura en lenguaje de cómic. Sobre todo, en comparación con la incitación sexual que conlleva el San Sebastián de Guido Reni en el Museo del Prado. Si el desnudo hasta las ingles censurado con un paño y después restaurado ya debería conjurar a la ultraderecha para cancelar su exhibición, la extática mueca facial justifica en sí misma una querella póstuma. El artista boloñés reincidiría en otro retrato del mártir con mayor carga erótica, inscrito sin problemas en el arte sacro.
Lindsay Kemp, un San Sebastián de importación, dominó la escena palmesana durante años. Con El sueño de una noche de verano, batió récords de asistencia siempre en el seno del Auditòrium. No debe relativizarse su influencia mundial. Quienes han admirado la estética inigualable de David Bowie, han de recordar que se la debe a quien fue su pareja homosexual durante años. El mimo británico también moldeó la expresión de Peter Gabriel o Mia Farrow, su huella es inconfundible en cualquiera que haya visto a Miguel Bosé empuñando un micrófono.
La lección comúnmente aceptada de la victoria de Trump es el naufragio de la beatería woke, que ha lesionado a las posturas progresistas en todo el planeta democrático. Sorprende por ello el arranque falsamente escandalizado contra un cartel lúdico, aunque los firmantes de Podemos tienen su crédito mermado porque también amputaron salvajemente en connivencia con el PSOE un póster sobre los jueces y la violencia de género, expuesto y retirado en el Parc de ses Estacions. De hecho, con otro padrinazgo se criticaría la cosificación del cuerpo de la mujer en la artista mallorquina, a cargo del feminismo censor. Lo más pornográfico del dibujo es la palabra «Podem», un partido desechado por la izquierda balear en las últimas elecciones.

San Sebastián atendido por Santa Irene, de Cornelio de Beer /
Frente a un cuadro de San Sebastián de la ortodoxia católica, Yukio Mishima señalaba que «en cuanto puse los ojos en esta pintura, todo mi cuerpo se estremeció». Y Confesiones de una máscara prosigue con el relato de una masturbación, otro libro a prohibir por la ultraderecha censora. Palma había vivido con su imperturbable flema la impronta sexual de un santo patrón siempre accidental. De ahí la extrañeza al contemplar a Jaime Martínez, obligado estéticamente a haber visto Sebastiane y a haber aplaudido a Lindsay Kemp en el Auditorium, calificando de «vomitivo» el cartel de Febrer. Por suerte no lo etiquetó directamente de «arte degenerado». La apreciación es curiosa en un arquitecto, gremio que tan reseñables ejemplos artísticos dignos de vómito ha esparcido por Palma. El alcalde tampoco se ha pronunciado sobre los abusos sexuales concretos que sufrieron las mujeres mallorquinas que le acompañaron en su expedición a Arabia.
También Lindsay Kemp sufrió el rechazo del público mallorquín, cuando sus espectáculos Nijinsky o The big parade derivaron hacia lo ininteligible. Acabó su romance con Mallorca, pero San Sebastián no solo sobrevivió a las flechas gracias a los cuidados también eróticos de Santa Irene, sino que porfió en su fe católica hasta ser finalmente lapidado. La convivencia de Palma con el sexo inevitable de su patrón se restaurará sin secuelas, la isla vuelve a innovar al ver comprometida la libertad de expresión desde los polos opuestos. Un extremo quemó un cartel porque ofendía a los jueces, el otro lleva a los jueces un inaceptable cuerpo desnudo.
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