David Torres, cien años dibujando

Delineante y decorador, este palmesano de adopción atesora un siglo de recuerdos intactos

David Torres, en el salón de su casa de Palma.

David Torres, en el salón de su casa de Palma. / B.RAMON

Mar Ferragut Rámiz

Mar Ferragut Rámiz

Toda trayectoria vital es una novela en potencia. A todo el mundo le ha pasado algo digno de ser contado. Y a David Torres, que ayer cumplió 100 años, le han pasado varias cosas reseñables en su extensa vida: de trabajar en una fábrica de armas durante la Guerra Civil a ser una de las piezas clave de uno de los despachos de arquitectura más importantes de la isla. Delineante y decorador de profesión, su habilidad para el dibujo le dibujó una vida inesperada.

Desde su casa de Palma, donde Torres sigue disfrutando de actividades como la cocina, muestra cómo sus recuerdos están perfectamente archivados tanto en álbumes y cuadernos como en su cabeza.

Fue el menor de cinco hermanos de una familia humilde de Cartagena. Un día conocieron a un capitán del ejército que les planteó la posibilidad de que el chaval se fuera a trabajar a la fábrica de armas que dirigía y que iba trasladar desde Toledo hasta la ciudad murciana, que acabó siendo una importante base militar del ejército republicano. Era 1936. Había estallado la Guerra Civil. David Torres tenía 13 años. «Allí empezó mi vida profesional», explica. Allí empezó a dibujar, en la oficina de proyectos de una fábrica de armas en plena Guerra Civil.

«Acabó la guerra y todo quedó militarizado y muchos de la fábrica acabaron en la cárcel; a mí me tocó buscarme la vida con 16 años», cuenta. Al final, le tiró la Marina, se inscribió y acabó destinado en Mallorca.

Él pensaba hacer carrera en la milicia, pero un comandante vio sus aptitudes para el dibujo y le propuso ir a trabajar con su hermano, que acababa de abrir despacho como arquitecto. Su hermano era José Ferragut Pou. Y así empezó a adentrarse en el mundo de la arquitectura. Al acabar la mili, decidió quedarse: «Como les pasó a tantos, me gustó mucho la ciudad». Su novia, tras siete años de relación a distancia, vino y se casaron. Tuvieron tres hijos (y después vendrían tres nietos) (y después cuatro bisnietos) y él se convirtió en la mano derecha de Ferragut Pou en un despacho que llegó a tener hasta quince empleados.

«Con la Porciúncula dimos la campanada, destacó sobremanera», rememora. También subraya el edificio de Gesa, «que ahora da pena ver, cuando en su momento estaba a la altura de cualquier edificio de arquitectura moderna del mundo».

Con la prematura muerte de Ferragut en 1968, asumió los mandos para «resolver la ausencia del genio». Acabaron las direcciones de obra pendientes, funcionaron durante cuatro años como oficina técnica y después tocó reinventarse, una vez más. Él lo hizo formándose como decorador, trabajo que ejerció con éxito hasta los 80 años. Hoy reflexiona sobre cómo ha cambiado Mallorca y la profesión: «Los delineantes de antes ya no existen ¡y los planos tampoco!», exclama riendo.

David Torres llega a los cien años con la mente clara y activo, participando en muchos de los actos que se están organizando para reivindicar el legado de Ferragut Pou, que le han brindado incluso nuevas amistades, como la de Judit Vega, directora de la UNED e historiadora del arte.

Mira atrás y se siente satisfecho y orgulloso de tres cosas: del «empeño» y «gran esfuerzo» que hizo para salir adelante y llegar donde él cree que «académicamente no le correspondía»; de su fe; y, sobre todo, de su familia. «Esos son los valores de mi trabajo y de mi vida»; una vida que merece ser contada.

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