En el futuro sus más de 8.000 metros cuadrados se convertirán en la flamante residencia de estudiantes de UIB, si el proyecto sigue adelante, y también en el Centro de Creación Cultural que proyecta el Ayuntamiento de Palma. Pero hoy su realidad todavía es otra muy distinta, la de una ruina insalubre llena de basura en la que personas sin techo buscan un refugio, aunque eso sea difícil de entender en una vieja cárcel.

Abierta de par en par por las antiguas viviendas de la carretera de Sóller y también por las puertas que Cort abrió en su parte posterior, al final de la calle Leocàdia de Togores, el antiguo centro penitenciario de Palma, que el Ayuntamiento gestiona desde 2013 tras serle transferido por Instituciones Penitenciarias, se ha convertido en un edificio de estado ruinoso y lleno de desperdicios y escombros, donde buscan refugio personas excluidas, de una forma más importante y estable en las mencionadas viviendas y de forma más ocasional en las dependencias de la antigua cárcel, donde las puertas y ventanas cegadas con ladrillos que separaban el muro exterior de las estancias interiores y celdas han ido cayendo poco a poco, convirtiendo en permeables las ruinas hasta el viejo patio central de los internos, donde todavía se mantiene en pie una canasta de baloncesto, aunque la pista ya ha desaparecido.

"Soy camarero, pero no tengo una casa donde dormir", explica Miguel Ángel, mientras con tanto calor se acomoda en bañador y sin camiseta en una silla de playa. A su lado, una mujer le escucha en silencio desde una pequeña banqueta. "Viene gente a dormir, unas tres o cuatro al día, calculo yo. Y también entran muchos jóvenes a pintar grafitis", indica. "Mira este de aquí debe de ser nuevo, porque todavía no lo había visto hasta ahora. Hay tantos en todo el edificio", señala, como quien recorre la galería de un completo museo urbano.

Una persona pasea por el patio de la antigua cárcel Miguel Vicens

Miguel Ángel deja recorrer las dependencias libremente a las personas que entran, solo tienen que empujar una puerta metálica para ello, aunque también procura que su alrededor esté lo más limpio posible e, igualmente, si accede a la vieja cárcel alguien con un perro procura que de no deje excrementos del animal en el interior, asegura.

"Si no tengo mucho trabajo me dedico a limpiar y a ir trasladar poco a poco todos estos escombros hasta el otro lado", manifesta. También cuenta que la Cruz Roja no presta asistencia a las personas que se refugian en sus interiores, como sí hace con los sin techo que viven en la calle. Y descubre que algunas de las dependencias más utilizadas por las personas que viven en la cárcel son las antiguas torres de vigilancia, porque ofrecen mayor intimidad, una visión amplia sobre la cárcel y algunas de ellas todavía siguen acristaladas. Una de ellas, la más próxima a la clínica veterinaria anexa y al club de petanca, utiliza la alambrada de espino que la rodea de improvisado tendedero. De ahí cuelgan un edredón, dos camisetas y unos pantalones raídos.

En el otro extremo del complejo, en las antiguas viviendas de la prisión, el panorama es mucho más insalubre por el largo tiempo de okupación sin ninguna limpieza. Las puertas y ventanas han sido tapiadas una y otra vez y de nuevo abiertas por sus nuevos ocupantes. En las terrazas se acumulan bolsas de plástico, enseres personales y mucha basura. También ropa que se seca al sol, zapatos que se airean y una maceta, cuya planta va cogiendo tamaño entre tanto escombro. En cada vivienda hay restos recientes de vida. En cada ventana, humildes bolsas con pertenencias y ropa colgada de los barrotes. La vida en estas viviendas trascurre solo durante las horas de sol. Por la noche todo queda a oscuras.